
Las recetas económicas que aplicó dieron a Chile una estabilidad desconocida en América Latina, pero a cambio de un gran coste social
Augusto Pinochet, el todopoderoso ex dictador que durante más de un cuarto de siglo protagonizó la historia reciente de Chile, murió ayer tras una corta agonía provocada por un infarto de miocardio y un edema pulmonar.
Al igual que otros políticos de su laya, Pinochet abandonó el escenario de este mundo en paz y a una edad muy elevada (cumplió 91 años el pasado 25 de noviembre). Un final muy distinto del que tuvieron que padecer las más de 3.000 víctimas mortales que dejó como saldo su dictadura, que se prolongó durante 17 años.
Sus victorias
Sin embargo y a diferencia de la mayoría de líderes totalitarios del siglo pasado, el balance final de su trayectoria es contradictorio. Pinochet no sólo triunfó en imponer un sistema democrático sometido a la tutela del Ejército, que él siguió comandando hasta 1998, y viciado por otras herencias de su dictadura que sólo en estos últimos años están siendo superadas. Pinochet logró, además, algo que casi ningún otro dictador consiguió de una manera tan concluyente: dejar un entramado económico estable y aceptado tanto por sus partidarios como por sus enemigos, respetado y defendido hasta la fecha.
Éste ha sido, sin dudas, su único legado intocado y elogiado dentro y fuera de su país por sectores políticos muy diversos. La honestidad, el otro y casi único motivo de orgullo que parecía restarle a él, a su familia y al Ejército chileno tras revelarse sus crímenes políticos, fue desvaneciéndose poco a poco porque Pinochet se enriqueció abusando del mismo poder que utilizó para aplastar sin miramientos a sus enemigos y adversarios. Pero, a diferencia de sus pares argentinos, que utilizaron recetas económicas muy similares en los años 70 y 80 que acabaron en fracaso, el dictador chileno dejó en pie un modelo económico que impuso tras varios ensayos frustrados de un elevado coste social.
Milton Friedman
El golpe militar del 11 de septiembre de 1973 tuvo como uno de sus primeros objetivos desmontar el sistema económico dirigista construido por la Unidad Popular (UP) en tres años de gobierno. Los militares golpistas, una rareza en la larga historia institucional democrática de Chile, cañonearon con sus aviones y tanques el Palacio de la Moneda y demolieron las bases de la economía estatal heredadas de Salvador Allende.
La inseguridad económica y el malestar social caracterizaron los tres años de Gobierno de Allende y la UP. Si se tiene en cuenta que el crecimiento del PIB en ese período fue del 1,2 por ciento, el más bajo en medio siglo, se entiende el fuerte respaldo que recibió el Gobierno surgido del golpe militar. Esos sectores que dieron la bienvenida al derrocamiento de Allende -clases medias y pobres incluidos- anhelaban un regreso de cierto orden que pusiera fin a la inflación y a la falta de bienes.
Entre las primeras medidas de orden económico adoptadas por el gobierno pinochetista hay que subrayar la derogación del salario mínimo; la eliminación de los sindicatos y la libre negociación colectiva; la introducción de una importante libertad de mercado (precios, producción agraria, etc) ; y una reducción del gasto público, sobre todo el destinado a ayuda social. La política de shock inicial consistió en reducir el gasto en un 20 por ciento mediante el despido del 30 por ciento de los funcionarios, un aumento del IVA, y la liquidación de los sistemas de ahorro y crédito para la vivienda.
Las reformas, que lograron contener en un principio la alta inflación que sufría la economía chilena, se inspiraron en las teorías de la escuela monetarista de Chicago y en su principal mentor, el profesor Milton Friedman, quien visitó Chile en varias ocasiones en los primeros años de la dictadura. Primero de la mano de un equipo de Chicago boys dirigido por Sergio de Castro, en los años 70, y después, en los 80, por el joven y brillante Hernan Büchi, se impuso un programa económico monetarista de contenido neoliberal, coherente y rígido, que dio resultados altamente contradictorios.
Visto con retrospectiva, el ritmo de crecimiento promedio en el período de la dictadura (1973-1989) fue de 2,9 por ciento. Un porcentaje muy bajo si se la mide con el 7,7 por ciento del primer Gobierno democrático del presidente Patricio Aylwin, entre 1990 y 1993, y de los que le sucedieron de Eduardo Frei y Ricardo Lagos, con un 7 por ciento anual de promedio.
No obstante, las consecuencias de la gestión de los economistas de Pinochet deben analizarse en una perspectiva más larga. Las reformas de esos años cambiaron radicalmente la estructura productiva y social del país y establecieron condiciones para un crecimiento ulterior que, más allá de las consideraciones sociales y políticas que merezcan, han permitido una estabilidad económica desconocida en el resto de América Latina.
Más allá de que el régimen dictatorial aparezca a posteriori como férreo, lo real es que Pinochet se vio obligado a realizar periódicos ajuste en sus Gobiernos. Algunos de ellos en medio de crisis económicas de características históricas. La mayor, no sólo bajo su dictadura sino en toda la historia de Chile, fue la de 1982. Tras una primera fase de expansión, entre 1975 y comienzos de los 80, sobre la base del ciclo expansivo del crédito internacional, la economía colapsó.
Esta crisis, la más importante desde los años 30 y de alcances más vastos, fue en buena parte el resultado de la desregulación y la apertura económica a ultranza del mercado interno a los productos importados, una de las primeras reformas introducidas en 1974. La adopción de un tipo de cambio fijo, más allá de la evolución de la tasa de inflación, a 39 pesos por dólar, fue un factor clave que favoreció las importaciones en detrimento de las exportaciones.
Derrumbe sin precedentes
Una economía sustentada fundamentalmente en las ventas de cobre al mercado mundial se vio sacudida en sus cimientos por la recesión internacional de 1980-1981, que desembocó con la crisis de la deuda latinoamericana en 1982. Chile había adoptado un sistema económico tan abierto y rígido en sus concepciones que estaba tan expuesto como el argentino de la época a la violenta sacudida que sufrió: quiebra del sistema bancario y financiero, paro del 30 por ciento, caída libre de la demanda, el consumo y la inversión, inflación galopante y la consecuente quiebra del sistema de pensiones.
Para hacer frente a este derrumbe, semejante al sufrido por Argentina a finales de 2001, Pinochet apeló a una fuerte intervención estatal en la economía al mejor estilo de las denostadas recetas del keynesianismo. Pero cuando el temporal amainó, Büchi aceleró el paso de las reformas liberales desde 1986 en adelante.
Pero esta vez, los resultados fueron diferentes. Medidas ortodoxas como la bajada del gasto público, con menores pensiones y sueldos estatales, combinadas con otras heterodoxas como un tipo de cambio alto para favorecer las exportaciones, alentaron la economía.
Al mismo tiempo, el ministro Büchi terminó el proceso de privatizaciones emprendido en la primera parte de la dictadura, vendiendo todas las empresas estatales y los bancos intervenidos durante la crisis de 1982. Pero se reservó el control de los tipos de interés.
Fue el inicio del proceso conocido como de "milagro económico chileno", y que llevó a muchos a comparar esta economía con la de los tigres asiáticos a lo largo de la década de los 90. Un elemento central del nuevo modelo, que combinaba una libertad esencial de mercado con una moderada pero clave intervención estatal, fue la conservación del cobre en manos del Estado chileno. Una cuestión nada menor pues el 45 por ciento de los ingresos por exportaciones de esta economía proviene justamente de este mineral.
Después de 33 años del golpe, la economía de Chile lleva ya 20 años de estabilidad y una alta capacidad de enfrentar los ciclos de la economía mundial en condiciones adecuadas. Algo que se parece en nada a la situación que ha debido soportar su fundador en los últimos años de su vida.