Fernando A. Busca
Nueva Delhi, 5 dic (EFECOM).- Aunque el mundo percibe a la India como la próxima China, un gigante con una población superior a los mil millones de personas y un crecimiento cercano al 10 por ciento, múltiples problemas como la falta de infraestructuras y la dependencia energética amenazan con lastrar su éxito económico.
A raíz de las obvias similitudes cuantitativas entre China y la India, los medios de comunicación internacionales han venido pronosticando un despegue económico similar al chino y los grandes agentes económicos globales han actuado en consecuencia.
Los indicadores son halagüeños: un crecimiento superior al 8 por ciento el año pasado y de casi el 9 durante el primer trimestre de este año, inflación controlada y una inversión exterior creciente.
Sin embargo, la analogía china no casa demasiado con la realidad india.
Suelen compararse las cifras de crecimiento, pero el 10 por ciento chino de 2.200.000 millones de dólares (PIB chino) es muchísimo más significativo que el 9 por ciento indio de 771.000 millones de dólares (PIB indio, un 30 por ciento menor que el español).
Por otro lado, la economía china, que comenzó a ser reformada casi 15 años antes, es intensiva en el sector manufacturero y en exportaciones, pero en la India, el consumo interno y el sector servicios son los que han tirado del carro durante estos años.
Las empresas de las tecnologías de la información se han llevado la parte del león de la tarta económica india.
Sin embargo, este sector emplea a poco más de un millón de personas y se espera que para 2010, esa cifra se incremente a algo más de dos.
La falta de un sector manufacturero intensivo en mano de obra, la rigidez de la legislación laboral y el estado primitivo de las infraestructuras permiten prever un problema de desempleo, que podría amenazar la estabilidad social en el futuro.
A estos problemas se suma el hecho de que el Estado gasta casi un 8 por ciento más de lo que ingresa. Además, las remesas enviadas por los emigrantes ya no compensan el progresivo déficit comercial, por el menor incremento de las exportaciones respecto a las importaciones, empujadas sobre todo por la sed de petróleo del país.
La escasez de energía y la falta de infraestructuras son problemas crónicos en la India.
Los cortes de luz son rutina en Nueva Delhi durante todo el año; los aeropuertos internacionales, un embudo que el Gobierno es incapaz de privatizar por la presión de los trabajadores, y un cargamento tarda diez días de media en llegar desde Nueva Delhi a Bombay por carretera o por tren.
A esto, se suma la pobreza extrema de gran parte de la población, ya que 826 millones de personas tienen unos ingresos inferiores a dos dólares al día y 356 millones de menos de un dólar, según un informe del Real Instituto Elcano.
La producción agraria, atomizada en millones de propietarios y lastrada por la ausencia de una cadena de distribución que garantice el buen estado de frutas y hortalizas, parece que no ha sido alcanzada por la deseada "segunda revolución verde".
Pero a pesar de todas las ineficiencias, problemas y rigideces legales que un relativamente débil Gobierno, en coalición con la izquierda, ha sido incapaz de reformar, la economía india ha alcanzado éxitos notables.
Dejando al margen una caída del 30 por ciento en la bolsa el pasado mayo, que resultó ser efímera, el índice Sensex de Bombay creció un 280 por ciento entre marzo de 2003 y el mismo mes de 2006.
Las grandes corporaciones indias no sólo logran importantísimos beneficios en el mercado nacional, sino que ya se han lanzado a la internacionalización y son importantes actores en la escena empresarial global.
Y además la inversión directa ha aumentado espectacularmente en los últimos años y ha dado combustible a la capacidad productiva.
La India no es China y parece que tardará muchos años en igualar el músculo económico de su rival. No obstante, va bien encaminada, es tenaz y, lo que es más importante, se ha propuesto como objetivo alcanzar al gigante chino. EFECOM
fab/Ja/rl
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