
Obama ya está en Londres y ya tenemos encima la esperadísima segunda cumbre del G20, en la que en teoría hay que pasar de las declaraciones de intenciones a la práctica. Los líderes mundiales no hacen más que hablar de unidad para responder a la peor crisis económica desde la Segunda Guerra Mundial, pero la realidad es que las tensiones han estallado a dos días del encuentro.
Obama no ha sido capaz hasta ahora de superar la resistencia alemana y francesa a las peticiones de su Gobierno, y tampoco ha logrado un compromiso del británico Gordon Brown para aumentar todavía más el gasto para estimular la economía. Es más, Sarkozy ha dicho que puede abandonar la reunión si no hay un endurecimiento de la regulación del sector financiero en todo el mundo.
Y encima están los chinos metiendo el dedo en el ojo: proponen que se sustituya al dólar como moneda de reserva mundial. Aunque el asunto de las divisas no está en el orden del día, el formato del G20 subraya la creciente influencia de China en el proceso de toma de decisiones de política económica.
A la vista de este caos, los mercados financieros contienen el aliento ante una reunión que algunos han comparado con la Conferencia Económica de Londres de 1933. Aquella reunión de 66 países en medio de la Gran Depresión acabó en fracaso y las mayores economías del mundo decidieron hacer la guerra por su cuenta. Las discrepancias actuales puede que no sean tan graves, pero no son en absoluto positivas para hacer frente a la crisis... ni para los mercados.
BNP Paribas señalaba ayer que "la preocupación por el G20 domina el debate en los mercados, pero casi nadie espera que el resultado de la reunión dé una sorpresa positiva". Por el contrario, los analistas creen que un resultado decepcionante puede traducirse en una mayor fortaleza del dólar, por culpa del dinero que busca refugio ante un resurgimiento de las incertidumbres económicas.
Pero no todo el mundo es tan pesimista: Jan Randolph, de IHS Global Insight, admite que es improbable que la reunión responda a las expectativas, pero cree que los líderes ofrecerán un rechazo del proteccionismo, darán un impulso al FMI, se unirán en contra de los paraísos fiscales y lograrán avances significativos en el frente regulatorio.
Entre los fracasos esperados, se encuentra la cuestión de qué hacer con los activos tóxicos que tienen los bancos en sus balances, cuya salida es crucial para resolver la crisis financiera internacional. El plan de Geithner no parece que vaya a ser la última palabra de Washington sobre este asunto, pero ningún Gobierno ha conseguido ir más allá.
Los planes de estímulo, la manzana de la discordia
Pero el principal choque entre los líderes se refiere al gasto para estimular la economía. A priori, la idea era que el grupo aplauda las medidas de estímulo anunciadas y deje la puerta abierta a otras si es necesario. Sin embargo, las demandas de Obama para que el G20 acuerde dar un espaldarazo a nuevos planes de gasto ha encontrado una dura resistencia en Alemania y otros países europeos. Angela Merkel y otros líderes sostienen que ya han ofrecido el estímulo adecuado y que es momento de ver qué efecto tiene antes de comprometerse con mayores aumentos del gasto.
El propio Gordon Brown, principal defensor de los planes de estímulo, ha visto reducido su margen de maniobra después de la advertencia del Banco de Inglaterra sobre las finanzas públicas y la del propio mercado, concretada en la subasta fallida de bonos de la semana pasada.
Y Sarkozy está empeñado en la creación de un regulador global para supervisar los mercados financieros; si no lo consigue, ha anunciado que no firmará el comunicado final. Los analistas creen que Francia lo tiene muy difícil por la oposición de EEUU y Reino Unido a un regulador global, aunque pueden concederle algún avance: extender la supervisión de los hedge funds y de otras partes del "sistema financiero en la sombra".