Economía

Así se vive la crisis en China (III): el drama de los emigrantes

Emigrante chino durmiendo en la calle. Foto: Juan Pablo Cardenal

Hace frío en los alrededores de la estación del Oeste de Pekín, donde estos días se juntan cientos, miles de emigrantes que buscan trabajo desesperadamente en un improvisado mercado negro laboral junto al puente Liuli. Como cada año, después de las vacaciones del Año Nuevo chino, regresaron en masa desde sus hogares en sus provincias de origen con la pretensión de aprovechar las oportunidades que ofrecen las ciudades de la China rica.

Hasta que estalló la crisis, en Pekín y otras ciudades de la 'fábrica del mundo' encontrar un empleo en la construcción, la industria manufacturera o los servicios, era misión relativamente sencilla para esa legión de emigrantes que ha sido durante décadas el carburante humano del milagro chino. Había trabajo para todos y ellos estaban dispuestos a trabajar muy duro a cambio de muy poco. Este año, sin embargo, todo ha cambiado.

La crisis, que ha impactado duramente en el sector exportador y en la construcción, los dos motores de la economía china, ha propiciado un escenario nuevo y dramático. Y como consecuencia del cierre de fábricas y de los recortes de producción, el ajuste ha venido por el lado del empleo. El propio Gobierno reconoce que 20 millones de los 160 millones de emigrantes chinos están ya en el paro. Son cifras oficiales a favor de obra: distintos analistas estiman que el número de emigrantes que buscan empleo supera los 50 millones.

Trabajo escaso y breve

Varios cientos de ellos se encuentran hoy en el puente de Liuli, en Pekín. Antes de los Juegos Olímpicos no sólo sobraba el trabajo en la construcción, sino que se pagaba mucho mejor, explica un numeroso grupo de emigrantes en corrillo alrededor del periodista. Ahora la cosa está mucho más complicada: "para encontrar un trabajo de uno o dos meses de duración, tienes que venir aquí cada día durante un mes", apunta uno de ellos. Aunque a diario aparecen empleadores que demandan obreros, electricistas, camareros o quien resuelva cualquier chapuza, no hay sitio para todos.

Que haya más oferta que demanda ha empujado los salarios hacia abajo. "Cuando encuentro trabajo suelen pagarme de 20 a 30 yuanes (2,2 y 3,3 euros, respectivamente) al día", asegura Wang, un emigrante que carga un petate con sus pertenencias a cuestas. Como los demás, aguanta estoicamente y bajo el frío invernal de Pekín el paso de las horas, en la confianza de lograr una contratación que no siempre llega. Destilan sufrimiento y pobreza: en los rostros asoman las arrugas rígidas de la vida cruel, muestran las manos rocosas del duro trabajo en el campo y visten ropas baratas y gastadas.

Su ignorancia es también entrañable. "¿Tenemos crisis porque ese inversor, Madoff, robó todo el dinero?", se interesa un emigrante. "¿Tenemos crisis porque se gastó mucho dinero para los Juegos Olímpicos?", interroga otro al periodista extranjero. Tampoco falta, ya entre carcajadas generalizadas, la retórica patriotera. "¡China tiene mucho dinero, América está acabada!", escupe uno; "China es grande porque tenemos el ICBC, el banco más grande del mundo", lanza otro. Con el ambiente ya distendido, sale a la superficie alguno de los dramas cotidianos a los que se enfrentan los emigrantes.

Rancho gratis y sueño en la estación

Xu Fu Ming saca del bolsillo su evidencia. Son fotocopias del juzgado que prueban que el último subcontratista que le contrató durante 15 días, desapareció sin pagarle ni dejar rastro. "Me debe 2.000 yuanes (225 euros)", se lamenta. El azote de la crisis es tan contundente que la mayoría de ellos puede pasar días enteros sin ingresar nada. Así que duermen en las salas de espera de la estación de ferrocarril y reciben gratis su ración de rancho en la estación de autobuses. No gastan nada mientras esperan que cambie su suerte.

Algunos, sin embargo, hartos de esperar y de soportar penurias, se plantean la vuelta a sus hogares, a cientos o miles de kilómetros de la capital, donde difícilmente encontrarán un empleo pero donde al menos pueden cultivar la tierra. "Mis amigos me dijeron que en Pekín podría ganar más dinero, así que dejé el trabajo que tenía en otra provincia y me vine para acá. Ahora no tengo trabajo ni tampoco los 99 yuanes (11 euros) que necesito para coger el tren de vuelta a casa", explica un hombre de cierta edad y mirada triste. La crisis se ceba, también en China, con los más pobres y vulnerables.

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