
En los años 80 Bose diseñó un sistema de suspensión para coches totalmente innovador. El invento era llamativo, no sólo por el hecho de que un fabricante de equipos de sonido hubiera salido de su campo de actuación habitual, sino porque aquella suspensión era capaz de hacer cosas nunca vistas. Basada en un sistema electromagnético, lograba 'tragarse' los baches e irregularidades de la carretera de una manera realmente eficaz.
La suspensión electromagnética de Bose empleaba la lectura de unos sensores para anticiparse a las cualidades del terreno y adaptar así la dureza de la suspensión en función de lo que hubiera que afrontar en cada momento. El resultado era una carrocería que se mantenía inalterable en todo momento, lo que se traducía en un alto grado de confort para los ocupantes.
Frenadas, aceleraciones, zanjas en el asfalto… Nada de esto alteraba el comportamiento del coche, que parecía ser ajeno a toda clase de inercia que se le pudiera aplicar. Pero si resultaba curioso ver la suspensión trabajar en curvas o badenes, mucho más lo era verlo saltar. En sentido literal. Como si de un caballo en una exhibición se tratase, un imponente Lexus LS de primera generación (lanzado al mercado en 1989) supera una barrera que hay en el suelo saltándola con las cuatro ruedas en el aire, en un movimiento casi más animal que mecánico.
En fin, aquel invento sorprendente nunca llegó a la producción en serie porque aportaba un peso extra bastante importante y porque era caro. Estas fueron las dos trabas fundamentales que dejaron en un cajón el proyecto de aquel fabricante de equipos de audio que quiso salir de su zona de confort para impresionar al mundo con aquel curioso sistema.
Pero como sucede a veces, la vida ha dado una segunda oportunidad a esta suspensión mágica, esta vez de la mano de la empresa ClearMotion, que ha comprado la patente de Bose y parece llevar ya un año realizando pruebas de todo tipo en diferentes tipos de coches.
ActiValve es el nombre que le han dado a la suspensión que pretenden comercializar, presumiblemente, a partir de 2019. Según asegura la firma, el sistema consta de un equipo de sensores que detectan las condiciones de la vía y, mediante un controlador, se ponen un funcionamiento los motores individuales ubicados en cada amortiguador para que actúen en consecuencia y absorban las irregularidades de la manera más eficaz posible.
La suspensión ActiValve está pensada para coches autónomos y convencionales, y podría suponer una gran revolución si se extiende de forma generalizada en el mercado. Lo que no sabemos es qué planes tendrá la nueva empresa propietaria del proyecto para solventar esos escollos que tienen que ver con los costes y el peso total del conjunto. Permaneceremos atentos.