
Toyota se desangra. La multinacional nipona confirmó ayer que otros 437.000 vehículos híbridos, la mayoría de su célebre modelo Prius de tercera generación, han sido llamados a revisión en Japón, Estados Unidos y Europa por un defecto en su sistema de frenado. A ello hay que añadir los otros ocho millones de vehículos citados para su exploración por una anomalía en el pedal de aceleración.
Una grieta de semejante calado no tendrá una cicatrización fácil para la compañía que no sólo es la más respetada de Japón, sino que es además la referencia de todo el sector del automóvil. De entrada, por el coste de las mencionadas revisiones: 2.000 millones de dólares antes de las revisión masiva anunciada ayer. Pero más importante, sin duda, es el impacto que tendrá semejante desaguisado en su imagen y reputación. Y, eventualmente, en sus ventas y balance.
No en vano los vehículos que están ahora en el punto de mira son, precisamente, los modelos híbridos, alrededor de los cuales Toyota ha dispuesto toda su apuesta estratégica de futuro. El desprestigio ha caído además sobre el Prius, el coche más comprado en Japón en 2009, el híbrido más vendido del planeta y la prueba indiscutible de la fuerza tecnológica de la marca. Es, por tanto, el baluarte del giro estratégico de la compañía nipona después de haber sido duramente golpeada por la crisis.
Ésta frenó en seco el consumo tanto en Japón como en los mercados exteriores y la fortaleza del yen encareció las exportaciones, además de devaluar sus ingresos en dólares. Así que en el año fiscal que concluyó en marzo de 2009, Toyota registró sus primeras pérdidas en 70 años: 4.400 millones de dólares. Justo antes de la crisis, la multinacional vendió 10 millones de vehículos y desbancó a General Motors (GM) como primer fabricante mundial.
Una apuesta arriesgada
¿Qué ha pasado para que en tan poco tiempo Toyota haya pasado del liderato mundial a estar en la picota? Los analistas coinciden en que cometió el gran error de traicionar los principios que la hicieron grande. Su tradicional estrategia conservadora giró en 2002, dando paso a objetivos mucho más ambiciosos: pasar del 10 al 15% de la cuota de mercado mundial antes de 2010. Ahora sabemos que la expansión global acometida en aquellos años fue demasiado agresiva y rápida.
No sólo hubo que desinvertir y despedir a miles de empleados para capear la crisis, sino que no faltan los analistas que creen que aquella estrategia dilapidó, en gran medida, la sólida base sobre la que se asentó el éxito de Toyota hasta entonces: la calidad y tecnología puntera de sus vehículos. Un prestigio labrado durante décadas gracias al llamado Toyota Production System, el conocido proceso de optimización productiva desarrollado para eliminar el tiempo y los procesos sobrantes. O lo que es lo mismo: para reducir costes sin perder calidad.
La masiva llamada a revisión de vehículos actual no ayuda, desde luego, a cambiar dicha percepción. Los expertos no dudan de que pagará caro, en términos de imagen y ventas, un desliz de semejante magnitud en calidad y seguridad.
El antiguo presidente de Toyota, sustituido meses atrás por Akio Toyoda, nieto del fundador, dijo en su día que con la crisis "no sobrevivirán los más fuertes sino quienes se adapten con éxito al nuevo escenario". Para Toyota todo pasa por retornar a las raíces.