
Parece que fue ayer. Los nervios se respiraban en todas las mesas de negociación. Los contables y financieros cruzaban los dedos. "Por favor, que no pase nada", imploraba. El año 1998 apuraba sus últimos días y no había vuelta atrás. La suerte estaba echada. Sólo hacía falta precisamente eso, suerte. Que nada fallara. Que los millones invertidos para adaptar todos los números hicieran su trabajo. O en el peor de los casos, que funcionaran las copias de seguridad.
Y llegó el día. Tras un largo fin de semana, amaneció el 4 de enero de 1999. Y con él la puesta de largo oficial del euro. Esa jornada cotizó por primera vez en los mercados de divisas y pasó a convertirse en la moneda común de once de los países de la Unión Europea (UE). Aunque aún hubo que esperar tres años para que llegara al bolsillo de los ciudadanos, desde entonces sí se convirtió en la moneda de referencia para las cuentas bancarias y para los resultados y la contabilidad de las compañías y las entidades financieras. O lo que es lo mismo, fue a partir de ese momento cuando comenzó a asentarse en la mente de los españoles aquello de que 60 céntimos son veinte duros; tres euros, 500 pesetas; 6 euros, 1.000... y así sucesivamente. Era la forma más sencilla de acostumbrarse al cambio con el que España entró en el selecto club del euro, establecido en 166,386 pesetas por cada unidad de la nueva divisa.
Vieja aspiración
Una vez establecidos los niveles a los que cada divisa intercambió su posición con el euro, la puesta de largo de la moneda única en la pasarela mundial se produjo a un cambio de 1,166 dólares. Todo fueron vítores en aquel histórico momento. "Larga vida al euro", proclamó Jacques Santer, el entonces presidente de la Comisión Europea, a modo de saludo.
La euforia resultaba comprensible. Aquel 4 de enero culminaba un sueño que había comenzado 40 años antes, con los primeros borradores de integración monetaria en Europa, diseñados por el luxemburgués Pierre Werner y el francés Raymond Barre. Estos pasos iniciales siguieron su curso en los 70, sobre todo tras la caída, en 1971, del sistema de tipos de cambio fijos establecido en los Acuerdos de Bretton Woods de 1944. En 1972, los integrantes de la Comunidad Económica Europea (CEE) se pusieron manos a la obra para instaurar disciplina en sus divisas. Con esta meta crearon la Serpiente Monetaria Europea en 1972, aunque la crisis del petróleo del año siguiente impidió su implantación.
El siguiente esfuerzo llegó en 1978, cuando el Consejo Europeo acordó la creación del Sistema Monetario Europeo (SME). Este proyecto instauró una moneda europea virtual, el ecu, y un Mecanismo de Tipos de Cambio (MTC) para mantener un alineamiento en el valor de las divisas que se sumaron a esta iniciativa. Esta vez sí fue la vencida. La semilla ya estaba sembrada. Y fue abonada y regada entre 1989, con el Informe Delors, que estableció las fases para alcanzar una Unión Económica y Monetaria (UEM) en Europa , y el Tratado de Maastricht, firmado en 1992, en el que se definieron las exigencias que debían cumplir los países que quisieran compartir moneda.
Aunque la crisis desatada en 1992 estuvo a punto de derrumbar estos planes, y de hecho provocó la salida de la libra esterlina del proceso integrador, la iniciativa siguió adelante. Además de cumplir los requisitos de Maastricht, faltaban tres detalles: determinar la denominación definitiva de la moneda, los cambios a los que cada divisa iba a dejar de cotizar y constituir un banco central que la gestionara. España, que se había sumado al SME en 1989, acogió la cumbre en la que la nueva divisa fue bautizada. Fue en diciembre de 1995, en Madrid, cuando la moneda única recibió el nombre de euro. Y los dos últimos pasos se dieron desde mediados hasta finales de 1998, periodo en el que se fijaron los cruces entre las distintas monedas europeas y el euro y en el que se constituyó el Banco Central Europeo (BCE).
De menos a más
Con estos preámbulos, no extrañaba la alegría de 1999. ¿Y desde entonces? ¿Se ha mantenido esa sensación? Sin duda, aunque ha habido de todo. Tanto el actual presidente del BCE, Jean-Claude Trichet, como sus colegas en la entidad no dudan en calificar como "un rotundo éxito" la trayectoria de la divisa. E incluso los más escépticos se han sumado a esas opiniones. Como el ex presidente de la Reserva Federal (Fed), Alan Greenspan. "Nunca ha dejado de fascinarme la hazaña de mis colegas europeos", reconoce en sus memorias.
Otro prueba del gancho del euro se refleja en el aumento de los países que lo comparten. A los once iniciales -Alemania, Francia, Italia, Bélgica, Holanda, Luxemburgo, España, Portugal, Austria, Finlandia e Irlanda-, se fueron su- mando progresivamente Grecia, Eslovenia, Chipre y Malta. Y 2009 comenzará con otro socio, el decimosexto, ya que Eslovaquia también ha reunido los méritos pertinentes -ver apoyo-.
En los mercados, la suerte ha sido más desigual. Hasta la fecha ha habido cinco años alcistas -2002, 2003, 2004, 2006 y 2007- y cuatro bajistas -1999, 2000, 2001 y 2004-, aunque 2008 ha devuelto la igualada.
Dura reválida
Por tanto, hay motivos de sobra para celebrar el aniversario del euro, una moneda que en este periodo se ha convertido en la segunda divisa de referencia del mundo, sólo por detrás del dólar. Sin embargo, el entorno desaconseja lanzar las campanas al vuelo. La actual crisis supone la primera gran prueba de fuego para el euro. Sobre todo, porque el descontento que se está extendiendo entre la población puede hacer que se culpe a la divisa europea de los problemas.
¿Cumplirá el euro 10 años más? Kjetil Birkeland, analista de Standish Mellon Asset Management, considera que sí. "Pese a ciertas restricciones obvias, creemos que los países decidirán que los beneficios a largo plazo de la pertenencia a la Unión Económica y Monetaria superan los costes a corto plazo", argumenta. Es más, incluso anticipa que la crisis puede precipitar la llegada de nuevos socios. "Más que caer o desaparecer, la UEM es posible que continúe creciendo, con muchas economías periféricas de Europa -Dinamarca, Hungría y Polonia, por ejemplo- que pueden estar más motivadas para sumarse a la eurozona", agrega.
Entre los miembros de la Unión Europea (UE) que pueden replantearse su situación también figura Reino Unido. Aunque la crisis ha golpeado con dureza a la economía británica, algo que puede reabrir el debate sobre la adopción de la moneda única, parece difícil, al menos a corto plazo, que los británicos accedan a sacrificar la libra para sumarse al proyecto europeo. Eso sí, si llegara a ocurrir, el euro recibiría el espaldarazo que le garantizaría cumplir muchos más.