Desarrollo sostenible

El reciclaje de la ropa usada que desechamos... ¿caridad o negocio?

Las tiendas de segunda mano, una forma de reciclaje de ropa.

La ropa compuesta de algodón y lana goza de una segunda vida en el mundo del textil industrial. Una parte se envía a países de África y otra se vende en tiendas de segunda mano. También se exporta a otras ciudades europeas con más cultura de aprovechamiento de ropa usada, como Londres o Berlín.

La modernidad y el desarrollo no es algo ajeno a la antiquísima actividad de aprovechar la ropa usada. Hasta hace no demasiado tiempo en nuestro país, el único destino alternativo que tenía esa ropa que había pasado de moda o ya no encontraba un segundo uso era el llamado ropero de las parroquias, cuyo contenido iba a parar luego a manos de las personas más necesitadas del barrio.

"Todo esto ha cambiado", explica Juan Carlos Aranda, responsable de Selectiva de la empresa Texlimca. Se desecha más ropa de lo que el sistema puede asumir y el sector poco a poco se está profesionalizando.

Ellos mismos son un buen ejemplo de esta evolución. Nacidos en 1945 como una de tantas traperías de la postguerra, dedicada al trueque, hoy se han reconvertido en fabricante de textiles para la industria.

Y sí, su principal materia prima, sigue siendo precisamente la ropa usada que clasifican y reciclan. La más apropiada puede convertirse en relleno de colchones, almohadas; para tapizar el interior de los vehículos, sofás; como hilado para mantas y, cómo no, para fabricar textiles industriales.

El algodón no engaña...

Hay que pensar que no todo lo que tiramos goza después de esa fantástica segunda vida. De hecho, sólo es reciclable el tejido de composición natural, con algodón, lana, mientras que los tejidos sintéticos, como el poliéster o el acrílico, presentes en la mayoría de la ropa económica que compramos, "es basura".

Por eso, en la Fundación Emaús, organización históricamente apegada a la gestión de ropa usada, "es un tema que nos preocupa y ocupa", dice Begoña Cabaleiro, responsable del área de educación medioambiental. Comenta que a sus instalaciones llega ropa con la etiqueta puesta y que el 80 por ciento es de mujer, "lo que debería movernos a la reflexión".

Los datos, desde luego, no invitan al optimismo. Según estimaciones del Ministerio de Medio Ambiente, más de 300.000 toneladas de ropa usada acaban cada año en la basura o en los contenedores de reciclado. Una cifra que ya representa el 4 por ciento del total de los desechos que tienen origen doméstico.

Además, la proliferación de textil chino, de peor calidad e inferior precio, explica Cabaleiro, supone un problema añadido. Por ejemplo, hace unos años, la ropa usada se empleaba en borra (relleno) pero ahora se prefiere aprovechar el resto de la fabricación de ropa nueva, porque no tiene cremalleras y otros elementos que haya que quitar, para lo que se necesita contratar más personal.

Por todas estas cuestiones, sobre las que la población empieza a estar más concienciada, en grandes urbes europeas, como Londres o Berlín, proliferan tiendas de ropa de segunda mano a las que acuden todo tipo de personas: más y menos pudientes.

Y queda un tercer ámbito que cada vez resulta más polémico. Si bien nadie pone en cuestión que ante una catástrofe, los cauces organizados de las ONG se pongan en marcha para llevar ropa, entre otros objetos de primera necesidad, sí es más delicado pensar que sea una actividad constante, por la posible desestabilización de la propia industria textil local. David Vázquez, de Humana, explica que ellos envían ropa a organizaciones de Mozambique y Malawi, tras haber comprobado que no afectaba al tejido industrial local: "No conocemos que esa actividad afecte al desarrollo de esas comunidades".

Así las cosas, y como apuntan desde Emaús, en este ámbito de la ropa, como en ningún otro (hay que pensar que todo el vidrio y cartón es reciclable), es importante respetar el orden de las tres R: "Reducir, reusar y reciclar".

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