La ola que arrasó España recoge todas las claves que propiciaron el estallido de la burbuja inmobiliaria en un momento clave en el que la consigna nacional era 'llevárselo crudo' . Todo estaba en venta.
"La lista de barbaridades que hemos cometido sin que se enterasen no conoce límites". Pero Guillermo Valcárcel, el arquitecto que vivió las mieles y las hieles de un negocio hoy maldito, las conoce a fondo. Después de muchos años en el tajo, Valcárcel ha querido contar su experiencia en La ola que arrasó España, un libro escrito en primera persona.
"En la primavera de 2008, cuando decidí abandonar la construcción tras diez años como jefe y dirección de obra, mis compañeros se extrañaron. Para diciembre, mis compañeros habían sido despedidos y nuestra promotora entraba en concurso de acreedores, al igual que otras 354 en los últimos tres meses. En cuatro meses habíamos pasado de ser ricos a estar en la calle. Ésta es la historia..."
Con preguntas como ¿por qué los precios de los pisos empezaron a subir aceleradamente? o ¿cómo empezó el descalabro?, Valcárcel intenta buscar explicaciones a un negocio con muchos culpables en una España plagada de grúas. Hoy, paradójicamente, resulta difícil encontrar una (para la fotografía ha sido necesario buscar un juguete).
1. Lo mejor estaba por llegar. En 1998 el país era protagonista de una escalada en el precio de la vivienda sin precedentes. En sólo medio año su valor se multiplicaba por cinco. Como dice Valcárcel, "sólo hacía falta tener dinero". La promotora tiene el dinero y paga al resto, la constructora levanta el edificio a través de las subcontratas y las inmobiliaria sólo se dedican a vender viviendas ajenas. "Pero en estos pasos hay dinero a espuertas y chanchullos".
2. Llevárselo crudo. Las casualidades no existen. Partiendo de esta base, Valcárcel denuncia que las promotoras locales secuestraban el suelo con apoyo de funcionarios. Y, casualmente, los planes generales tocaban sus terrenos de manera que por una parcela de 300.000 euros se obtenía en poco tiempo 600.000, "sin sacarse las manos del bolsillo".
3. El cuento de Alibabá... en el que 20 personas sumaban 40 ladrones. Y todos sabían a lo que se dedicaba el resto. "Porque teníamos tantos novios que no podíamos ser honrados. Promotora, constructoras, subcontratas... La regla está clara: había que construir "lo más rápido y lo más barato".
4. La hora de los listos. A partir de 1994, la construcción de vivienda libre crecía de manera espectacular de un 30 por ciento anual, ayudada por la caída de tipos y la estabilidad laboral. Se alimentan mitos como que el precio de los pisos no bajarían nunca de precio, que el español no alquila vivienda o que alquilar es tirar el dinero. En 1995, las viviendas iniciadas superaban por primera las entregadas durante el boom del ladrillo. Los listos se encontraban, siempre casualmente, con oportunidades que sabían rentabilizar.
5. Con pólvora del rey todos somos generosos. En las obras se entregan presupuestos indefendibles, a sabiendas que lo eran, para quedarse con el proyecto. Fue el momento de absorciones. "El pez grande se come al chico... y con qué hambre", recuerda Guillermo Valcárcel. Las constructoras hacen vivienda sólo por mantener la imagen, pero saben que el dinero se mueve realmente donde paga el Estado, "al que siempre pueden sacar algo porque sus técnicos las pelean menos. Con pólvora del rey..."
6. Ganábamos tanto dinero que nos parecía obsceno. Era 1999. Las cifras eran desorbitadas año tras año. Una carrera sin freno. Sin embargo, todos sabían que esta situación tendría su fin en 2002, cuando la entrada del euro acabase con el dinero negro. Hasta entonces, "barra libre". La historia, sin embargo, demuestra que no fue así.
7. La corrupción rampante campaba por sus respetos. Hablamos de Marbella. "La Costa del Sol era un crisol de infracciones dignas de tebeo". Según explica el arquitecto, las constructoras avanzaban bajo la máxima de no parar ante nada ni nadie. "En pocos meses conocí administrativos falsificando vidas laborales para obtener préstamos, desguaces que compraban papeles de siniestros para coches robados,... La consigna era el dinero rápido. Todo estaba en venta". Para 2003, la Costa del Sol absorbía el 40 por ciento de la inversión extranjera, con revalorizaciones de hasta el 45 por ciento.
8. Contra todo pronóstico, la obra se acaba. Se acabaron las ventas de pisos, se acabó la obra pública y los préstamos cómodos. En el año 2008 se produjo el estallido de la burbuja inmobiliaria que hoy todavía sigue pasando factura. En julio de ese año Martinsa-Fadesa presentaba el mayor concurso de acreedores de la historia de España. Para el 2012 un total de 3.600 promotoras se habían acogido a él. Eran eslabones de una cadena que hoy todavía continúa con Reyal Urbis, la última en suspender pagos. El arquitecto, con acierto, lo adelantó en sus páginas.
9. Florentino Pérez murió de éxito. El empresario, el símbolo de las constructoras, aterrizó en 2000 en loor de multitudes y a golpe de talonario. "Convertido en ídolo popular, en 2006 se embarró en sus propios oropeles y murió de éxito, tratando de obtener por chequera lo que había perdido por gestión", dice. Tuvo que abandonar el proyecto antes de que le devorase y fue sustituido por Fernando Martín, que acabó pagando los platos rotos. "Todo este periodo se convirtió en un tragicómico reflejo de constructoras y promotoras", se lamenta Valcárcel.
10. No es lo mismo toma que dame. El arquitecto reconoce que "los bancos no se llevaron nada crudo. Primero nos cocinaron bien, como pavos borrachos para la cena navideña y luego nos merendaron con calma, en plazos de 20 a 50 años". La cena acabó con la ejecución de una cantidad de hipotecas imposibles de pagar y que ha dejado en la calle a más de 400.000 familias, y la creación de la Sareb, el banco malo. Pero lo que haga esta sociedad es ya otra historia de la que Valcárcel verá de lejos.