Ciencia

El Kremlin, centro del poder ruso desde el tiempo de los zares

El presidente Vladimir Putin se apresta a entregar las llaves del Kremlin, centro del poder desde el tiempo de los zares, que podría perder algo de prestigio si el mandatario saliente se instala en la residencia del primer ministro tras la probable elección de su delfín Dimitri Medvedev el 2 de marzo.

Célebre por sus cúpulas doradas visibles tras sus elevados muros rojos, sus iglesias ortodoxas construidas por arquitectos italianos y sus salones de gala, el Kremlin, que también alberga antiguas salas de torturas, es todo un símbolo.

Sus inquilinos han guardado de él recuerdos muy dispares.

En el siglo XVIII, el zar Pedro el Grande trasladó su corte a San Petersburgo tras un complot en su contra urdido entre los muros del Kremlin.

Catalina II quiso ir más lejos al plantearse la demolición.

Los bolcheviques, al llegar al poder con Lenin en 1917, lo mantuvieron como centro de poder.

"La única persona que le tenía verdadero aprecio al lugar fue Stalin, lo que se ha sumado al horror" que inspira el Kremlin, considera el politólogo Boris Kagarlitski.

Este sospecha que el propio Putin, que a menudo prefiere trabajar y recibir a sus huéspedes en su residencia de Novo Ogarevo, en las afueras de Moscú, no le tiene mucho aprecio al sitio.

Asociado históricamente a personajes como Iván el Terrible, que mató a su hijo en un acceso de rabia, el Kremlin le ha llegado a dar problemas de imagen a Putin, a menudo caricaturizado como un zar en la prensa occidental.

Ahora que Putin puede convertirse en primer ministro de su delfín designado, Dimitri Medvedev, este traslado simbólico del poder del Kremlin a la Casa Blanca, sede del gobierno ruso, plantea dudas sobre la importancia simbólica del Kremlin como centro de poder.

Algunos recuerdan el precedente de un sistema de "dos zares", durante el reinado conjunto de Pedro el Grande y su medio hermano Iván, que incluso instalaron un trono doble en el Kremlin.

Pero la Casa Blanca no tiene la misma carga simbólica.

Esta construccción típicamente soviética, más gris que blanca, se encuentra junto al río Moskova, alejada del centro de Moscú y la Plaza Roja, el "kilómetro cero de Rusia", al pie del Kremlin.

Kagarlitski ve en la "humillación simbólica" que representa verse relegado a ese lugar una señal de que Putin no debería permanecer mucho tiempo en la Casa Blanca.

El edificio, antigua sede del Parlamento, también tiene un pasado violento. En 1993, el entonces presidente Boris Yeltsin lanzó los tanques contra los promotores de un golpe de Estado de nostálgicos de la Unión Soviética, que se habían trincherado allí.

Ira, cuyo apartamento tiene vistas a la Casa Blanca, recuerda haber "visto a gente morir bajo las ventanas" durante los episodios de 1993, en los que oficialmente perdieron la vida unas 140 personas.

Ahora se pregunta sobre el anuncio hecho por Putin de que, como primer ministro, no colgaría en su despacho el retrato de su sucesor en el Kremlin, contrariamente a la tradición.

"No comprendemos realmente lo que ha querido decir (...). La política es una cosa muy cerrada aquí. El pueblo no participa en el Estado", explica Ira, que se niega a dar su apellido.

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