Margaret Thatcher en Gran Bretaña y Ronald Reagan en Estados Unidos son los iniciadores de la política de derechas predecesora de la actual. Ambos con decisión y sin contemplaciones tomaron decisiones radicales.
Thatcher privatizó las empresas públicas, desmantelando la política económica derivada de la Segunda Guerra Mundial y junto con Reagan dejaron muy debilitados a los sindicatos. Ambos se entendieron en política internacional y en aquel momento, mediante políticas de presión muy arriesgadas, iniciaron el debilitamiento de la Unión Soviética. Esta política de un liberalismo radical hizo mucho daño a países emergentes que quisieron imitarla sin poseer una política social desarrollada.
Esta política de derechas ha ido evolucionando hasta hoy que de una forma descarada une a una clase política, las derechas, con las elites financieras y empresariales, con el fin de primar exclusivamente el beneficio económico y proporcionando una cobertura social mínima indispensable para conseguir una determinada paz social.
A los gobiernos de derechas de los países de nuestros entorno, y al nuestro, les interesa primar la riqueza por encima de todo, considerando que el dinero todo lo arregla y por tanto los gobiernos deben tener la bolsa llena con el fin de cubrir los fallos del sistema. Por otra parte, a estos gobiernos les interesa el inmovilismo institucional y el poder dominar al máximo todas las instituciones del país. Al ciudadano lo consideran como elemento imprescindible para justificar su acceso al poder ya que los legitima con su voto, pero para nada más. El objetivo de la derecha es el mantenimiento del statu quo, mantener todo aquello que existe y funciona durante el máximo de tiempo posible y solamente acceder a su cambio cuando la presión es insostenible.
El gobierno, la gran empresa y las finanzas se ponen de acuerdo para proporcionar estabilidad al sistema y cuando algo se desmadra entre ellos (por ejemplo la crisis que padecemos desde hace siete años) echan mano del dinero público, el nuestro, para arreglar el desaguisado y proseguir el camino, pasado el temporal. Un argumento esgrimido desde siempre es el afirmar que un país estable y próspero, en el que las empresas y bancos ganan dinero, es bueno para todos y además genera riqueza y empleo. Pero la riqueza obtenida en épocas de bonanza, si no va acompañada de otras medidas, no llega a la población y estas medidas son difíciles de adoptar por los gobiernos de derechas porque cercenan los beneficios empresariales.
La gran masa de ciudadanos y aquí incluimos a la clase baja y la clase media, o sea, el noventa y cinco por ciento de la población, es manipulada con facilidad mediante el Boletín Oficial del Estado (BOE) y las leyes fiscales.
Nuestra derecha no ha evolucionado para proporcionar una mejora de la calidad social y jurídica por si misma y en cambio lo ha hecho siempre forzada por la presión de las circunstancias, sean estas internas o externas.
Quizás, por propia definición, la derecha no puede evolucionar por si misma ya que es inmovilista y siempre precisa para su puesta al día de la presión ciudadana que en las democracias se evidencia al no conseguir el poder durante un largo periodo de tiempo.
Pero aquí existe un problema añadido que es la desafección y escepticismo del ciudadano hacia sus políticos, sean de la tendencia que fueren. Este fenómeno que impulsa hacia la abstención desacredita las democracias.