He comprobado que la gente habla cada vez menos de política, fenómeno acentuado en Cataluña ya que al agotador bombardeo diario de datos y desmentidos, hechos y mentiras, se incorpora al elenco estelar el tema del independentismo y las personas han preferido tener las vacaciones en paz a indisponerse con el vecino o vecina a cambio de soliloquios desmelenados.
Es curioso como la sociedad se convierte en impermeable a fuerza de insistir en determinados temas que acaban aburriéndola o simplemente se transforma en incrédula ante tanto argumento sin base y tanta mentira evidente.
Otro hecho curioso acontecido este agosto es la desaparición de los acontecimientos sociales utilizados por los políticos para propagar sus ilustres figuras, cenas o comidas, selectas o populares en las que los políticos se prodigaban con el fin de perpetuarse en el recuerdo de las gentes, incluso en verano.
El político este verano se ha convertido en un ciudadano más, procurando pasar inadvertido, algo así como la lagartija que si no se mueve no percibes su presencia ya que se adapta al terreno fácilmente.
Es deplorable que el político se esconda detrás de los medios de comunicación para vociferar sus argumentos e intentar engañar y manipular al ciudadano y procure el anonimato en su vida diaria, no sea que le caiga algún coscorrón propiciado por alguien que no puede contener su enfado.
Me pregunto si los políticos no perciben el desencanto del ciudadano y más que el desencanto, el hastío hasta la náusea que les produce todo lo que está pasando. Y me respondo a mi mismo que no, que no les avergüenza y que continuarán así hasta que les echemos porque no saben a dónde ir.