
En épocas pretéritas, aquellas en que existía algo llamado "No-Do", nuestros gobernantes ya se preocupaban por aquello que llamaban "la pertinaz sequía", un fenómeno temible, consistente en la falta de agua para regar el campo y para el consumo humano, lo que podía acarrear desastrosas consecuencias.
En épocas pretéritas, aquellas en que existía algo llamado "No-Do", nuestros gobernantes ya se preocupaban por aquello que llamaban "la pertinaz sequía", un fenómeno temible, consistente en la falta de agua para regar el campo y para el consumo humano, lo que podía acarrear desastrosas consecuencias. A fecha de hoy, no hemos solucionado del todo estos problemas derivados de la climatología, pero nuestra economía está experimentando otra clase de sequía igualmente fulminante: la del crédito.
Continuamos en un entorno en el que las entidades financieras conceden muy poco crédito a empresas y particulares, aunque sean solventes. Y si se concede algo de crédito las condiciones son mucho peores de lo que deberían ser, en un momento en que los tipos de interés oficiales del BCE están en mínimos históricos. La situación es asfixiante para nuestro tejido industrial y de servicios: cada día cierran nuevas empresas, algunas de ellas plenamente viables y que se han visto perjudicadas por esta sequía crediticia. Una sequía que ha metido a nuestro país en una nueva recesión, en contraste con el motor económico americano y el alemán, que están ya dando señales positivas.
El sistema financiero español está siendo un factor de desventaja competitiva para nuestras empresas, que está arruinando lo que queda de nuestra economía. Los numerosos problemas, aún por resolver, que arrastran la mayoría de entidades financieras, hacen que el sistema financiero no esté desarrollando la función para la que fue creado, a saber, canalizar el ahorro hacia las inversiones productivas. Se trata de una parálisis que difícilmente se solucionará con la reestructuración bancaria que está en marcha, ya que el único criterio que se está siguiendo es el aumento de tamaño de las entidades, lo que no solucionará absolutamente nada; al contrario, la excesiva concentración provocará una disminución de la competencia que lamentaremos en un futuro no muy lejano. Los verdaderos problemas de la banca son el excesivo apalancamiento y unos balances sin sanear con una cantidad ingente de activos tóxicos y, por consiguiente, un coste del pasivo por las nubes, ya que los inversores internacionales han huido despavoridos de nuestro país.
Además, las redes de distribución de las cajas y bancos están totalmente sobredimensionadas, ya que somos uno de los países con más oficinas bancarias por mil habitantes del mundo: es cierto que las fusiones son la ocasión para corregir este defecto, pero también lo es que se puede perfectamente abordar el problema individualmente. Se avecinan tiempos muy duros para las redes comerciales de las entidades financieras, pero ello supone en mi opinión una oportunidad histórica para el desarrollo de la profesión de asesor financiero independiente, que tiene la doble ventaja de suponer menores costes para el sistema financiero y, sobre todo, mayor cualificación y ausencia de conflictos de interés, lo que beneficia a los consumidores y a las empresas que es, a la postre, de lo que se trata, ¿no les parece? ¿Queremos un sistema financiero al servicio de la sociedad o una sociedad al servicio del sistema financiero? Es simplemente una cuestión de prioridades.
Ante la preocupante situación de sequía crediticia que estamos viviendo, creo que alguien debería asumir el papel de transmisor del ahorro hacia la inversión, un papel que las entidades financieras en estos momentos no pueden asumir por los numerosos problemas que tienen entre manos. Y ese alguien sólo puede ser el de siempre, es decir, el Estado. Urgen medidas excepcionales y temporales por parte del Estado y de la Unión Europea, que proporcionen ese crédito que falta, al margen del sistema financiero tradicional: para ello, el Instituto de Crédito Oficial (ICO) debería actuar de forma masiva, con el apoyo de las instituciones europeas y de organismos multilaterales, para hacer llegar un crédito a costes razonables a empresas y consumidores solventes. El BCE es la pieza clave que puede proporcionar los fondos para evitar la sequía, de la misma forma que lo está haciendo, y debe continuar haciendo mientras sea necesario, con los bancos.
En cuanto a la capacidad del ICO para llegar a las empresas y usuarios hay que buscar soluciones imaginativas, ya que las redes de los bancos tienen ahora otras prioridades, como su reestructuración y la venta de inmuebles. En este sentido, una vez más, las redes de asesores independientes debidamente cualificados o los llamados "facilitadores de crédito" pueden ser de gran ayuda para llegar a todos los usuarios solventes que necesitan financiación, en todos los rincones del país: por supuesto, los asesores de AIF estamos listos para echar una mano en la medida de nuestras posibilidades en este tipo de actuaciones. Sólo falta que la Administración sea capaz de entender las ventajas de esta propuesta y que nadie lo perciba como una amenaza, sino como una oportunidad de futuro, ya que los positivos efectos de un relanzamiento del crédito nos beneficiarán a todos y sobre todo, permitirán al país reducir las dramáticas tasas de desempleo actuales que, de no actuar, nos van a hundir en un pozo cuya salida va a ser cada día más complicada. Actuemos, pues, de una vez, antes de que sea demasiado tarde.