No es exagerado afirmar que nos hallamos ante una de las mayores crisis en varias generaciones y, probablemente, el mayor desafío con el que empresarios y políticos nos habremos enfrentado.
A nivel internacional, la gravedad de la situación actual solo es comparable con la crisis de los años 30 del siglo pasado o con los periodos bélicos que asolaron el mundo hace más de 60 años. Es por este motivo que los líderes empresariales, sociales y políticos debemos hacer un gran esfuerzo para vencer la espiral de pesimismo que ha invadido a inversores, hogares y empresas, puesto que solo recuperando la confianza en nosotros mismos seremos capaces de superar este envite. En este sentido, decisiones como las del diario El Economista de premiar las mejores iniciativas y proyectos del año son encomiables, porque estimulan y espolean las actitudes adecuadas para vencer la crisis.
Las turbulencias y la inestabilidad desatadas a partir del verano de 2007, cuando empezaron a aparecer las primeras consecuencias de las hipotecas subprime, continúan. Entonces, el colapso de un mercado relativamente pequeño y localizado como el de este tipo de hipotecas estadounidenses no parecía que podía desencadenar consecuencias tan negativas en el sistema financiero, el comercio y la economía mundial. Tampoco a finales de 2010 creíamos que las dificultades de Grecia -que apenas representa un 2,5 por ciento del producto interior bruto de la zona del euro- pudiera amenazar el edificio institucional construido alrededor de la moneda y del mercado financiero único.
En los meses de verano hemos revivido el ambiente de profunda crisis de finales de 2008. La actividad económica mundial presenta signos de desaceleración, que frustran una salida de la crisis que a principios de año parecía mucho mejor encarada. El Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial alertan sobre el riesgo de una nueva recesión. Además, la crisis de la deuda soberana europea se alarga y se agrava. La zona del euro se ha dado cuenta de que necesita disponer de los mecanismos adecuados para afrontar una crisis de esta naturaleza. Los mecanismos de decisión no son suficientemente ágiles y suele existir disparidad de criterios para solventar la situación. En 2008 se plantearon estrategias de salvación, se lanzaron iniciativas valientes y se logró atajar la debacle. Ahora el margen de maniobra parece más limitado. En Estados Unidos, la pólvora de las políticas monetaria y fiscal está prácticamente agotada y hay poco margen para hacer frente a una posible recaída en la recesión. En la eurozona, el Banco Central Europeo se ha convertido en la única institución con suficiente capacidad para mantener la liquidez y la fluidez en los mercados financieros, pero algunas de sus actuaciones fuerzan excesivamente las costuras del traje con el que fue diseñado. En los mercados financieros, la percepción de riesgo se dispara provocando un notable flujo de capital hacia los activos considerados refugio, con el consiguiente deterioro de las condiciones de acceso a la financiación para numerosos agentes.
Es evidente que se han cometido errores importantes que deben ser afrontados adecuadamente y que exigen una profunda reflexión sobre las razones por las que los mecanismos existentes no han sido capaces de anticipar la situación actual. Hay que atajar la crisis y efectuar las reformas necesarias para evitar su reproducción. El reto no es baladí. Si es cierto que, como afirmaba Aristóteles, el fin último de los gobernantes es la felicidad de los ciudadanos, la tarea es ingente. Tres ejes deberían definir la actuación pública y privada: la recuperación del crecimiento, el mantenimiento del equilibrio y la equidad, así como la preservación de la calidad de vida.
Recuperar el crecimiento es fundamental, ya que hasta que ello no se consiga no será posible superar la crisis. Por más afinadas que sean las políticas, por más acertadas que sean las reformas, si no se recupera el ritmo de generación de renta no podremos estar seguros de haber dejado la crisis definitivamente atrás. Y no va a ser fácil, ya que sabemos que superar una crisis de la naturaleza de la actual, es decir, en cuyo origen subyace una excesiva acumulación de deuda, lleva mucho más tiempo que cuando se trata de una recesión meramente cíclica. El potencial de crecimiento al que estábamos acostumbrados tardará en llegar, y solo volverá si establecemos ahora las bases de mejora de nuestra competitividad presente y futura.
El equilibrio y la equidad son también esenciales, puesto que, de otra forma, nos arriesgamos a una rotura social que daría al traste con todos los esfuerzos. La elevada tasa de paro que sufrimos en nuestro país es una anomalía que se soporta gracias a las redes sociales y familiares, pero no debemos olvidar que el desempleo es un elemento de deterioro social y de la convivencia. También debemos estar alerta a la equidad en la distribución de las rentas. La distribución de los sufrimientos de la crisis es desigual, lo mismo que son desiguales las capacidades de resistencia de los distintos colectivos. Por ello, los más desfavorecidos, aquellos cuya posibilidad de sobrellevar la coyuntura actual es más limitada, deben seguir siendo objeto de atención prioritaria para evitar su salida del sistema.
Preservar la calidad de vida, en un sentido amplio, debería ser otro objetivo trascendental. Hay que emprender reformas y ajustarse a las condiciones existentes, pero, al mismo tiempo, hay que tratar de preservar los logros colectivos en materia de educación o sanidad, por ejemplo. Es ahora el momento de aplicar los cambios necesarios que aseguren la sostenibilidad e incluso la mejora de los elementos que definen una sociedad avanzada y civilizada, afianzando los logros conseguidos a lo largo de muchos años y que son la base de una futura recuperación de la prosperidad.
Es, por tanto, la hora de la responsabilidad y del compromiso. Hay que establecer metas claras, debe realizarse una gestión prudente y racional de los recursos y hay que extender una ética de trabajo gobernada por el esfuerzo, la constancia y la honestidad.
Perseguir la estabilidad y restablecer la competitividad serán metas ineludibles en el horizonte de los próximos años, para que cuando echemos la vista atrás podamos sentirnos orgullosos de cómo conseguimos enfrentarnos al gran reto.
Sumario: Hasta que no se consiga recuperar el crecimiento no será posible superar la crisis económica. Perseguir la estabilidad y restablecer la competitividad son metas ineludibles en los próximoa años