Las salidas del consejo de administración de Caja España-Duero comienzan a ser una constante. Varias bajas se han sumado a la registrada hace unas semanas por el secretario regional de UGT, Agustín Prieto, dos de ellas especialmente relevantes: la de la presidenta de la Diputación de León, Isabel Carrasco, y la del empresario soriano Francisco Rubio.
Aunque las mentes más perversas comienzan a achacar las cada vez más abultadas ausencias en las reuniones del Consejo de Administración la supresión de las jugosas dietas que cobraban hasta hace poco, para mí que en realidad se trata de una carrera para emular al célebre capitán Schettino.
Las justificaciones formales para las dimisiones es que no quieren responsabilizarse de la gestión del Banco Ceiss, al que la caja trasladó toda su actividad financiera. No les falta razón porque su presidente, Evaristo del Canto, mantiene un increíble mutismo. Pero el silencio de Del Canto no es nuevo. Se ha prolongado en realidad desde que llegó al cargo.
La cuestión habría que centrarla en el triste futuro que tiene la caja, abocada a ser absorbida por Unicaja o nacionalizada y substada y despedir, en un caso o en otro, a 1.500 empleados. Y lo lamentable es que los principales responsables se hacen ahora los suecos.
Isabel Carrasco ha sido una de las principales artífices, aunque no la única, de que Banco Ceiss haya perdido el pasado año nada más y nada menos que 2.500 millones de euros. Ha mangoneado todo lo que ha querido en la gestión de CajaEspaña-Duero, quitando y poniendo presidentes de cuyo nombre es mejor no acordarse.
Francisco Rubio ha sido otro de esos constructores que ha encontrado en España-Duero una manantial inagotable de recursos para sus actividades empresariales, como el expresidente Santos Llamas.
A todos habría que exigirles, como hicieron con el célebre marino italiano, que vuelvan a bordo y asuman sus responsabilidades.
RAFAEL DANIEL
Delegado de El Economista en Castilla y León
