
El Corte Inglés celebra estos días, con sobriedad, eso sí, el 25 aniversario de su instalación en Valladolid. La llegada de la cadena comercial, a cuyo frente en la región está Ignacio Castellote, no ha defraudado las expectativas que el anuncio de su implantación provocó y, un cuarto de siglo después, los míticos almacenes han dejado una profunda huella en la vida no sólo comercial, sino social, cultural y deportiva de la ciudad. Es sin duda un magnífico ejemplo del necesario compromiso de quienes generan riqueza con los territorios en los que se asientan.
El imperio que dirige Isidoro Álvarez no podía haber recibido un mejor regalo para la efemérides que la liberalización total del horario de apertura en el casco histórico, donde posee uno de sus dos grandes centros comerciales con la enseña El Corte Inglés. El Consejo Regional de Comercio ya ha dado vía libre para que Valladolid sea declarada, junto a Ávila y Arévalo, que celebra una nueva edición de Las Edades del Hombre, zona de gran afluencia turística, una de las excepciones que marca la nueva regulación para saltarse las restricciones horarias.
Será la política de apertura, o no, de los almacenes comerciales la que determine la oportunidad de una norma de la que el pequeño comercio, en plena agonía, no quiere ni oír hablar.
En principio, la medida no ha generado un gran entusiasmo a tenor de las escasas capitales de la Comunidad que lo han solicitado. El secretario de Estado de Comercio, Jaime García Legaz, ha tenido que tirar de chequera para que se incorporara Valladolid y evitar así que su reforma liberalizadora sea un fiasco.
La promesa de recibir ayudas ha terminado por imbuir del espíritu aperturista al alcalde, Javier León de la Riva, y a la concejala de Comercio, Mercedes Cantalapiedra, que intentan revitalizar un sector que, probablemente, sufre más por las trabas municipales para aparcar en el centro que por la misma libertad de horarios o la implantación de centros comerciales. De la Riva y Cantalapiedra, que normalmente saben por donde se andan, debería pensar en ello.
RAFAEL DANIEL
Delegado de El Economista en Castilla y León