
El dato lo daba hace unos días el secretario regional de Comisiones Obreras en Castilla y León, Ángel Hernández. Su sindicato ha perdido más 4.819 afiliados jóvenes en los últimos cuatro años en la Comunidad. La cifra es para que los sesudos sindicalistas se paren a analizar de una vez las razones del creciente desapego al movimiento obrero.
Parece que la crisis no va a dejar títere con cabeza. Igual que caminamos hacia un nuevo modelo productivo, el sindical también está haciendo aguas. Y razones no faltan.
Sin duda, la crisis explica en alguna medida la drástica caída de jóvenes afiliados a Comisiones Obreras. Muchos trabajadores en paro no tienen ya humor para mantenerse en unas estructuras sindicales para las que no parece que los tiempos hayan cambiado. Sin embargo, atribuirlo exclusivamente a la actual coyuntura sería un análisis parcial y engañoso.
El tsunami que vive nuestra economía, que se extiende como un reguero de pólvora al modelo territorial y político por el despilfarro y la corrupción, ha dejado al descubierto las contradicciones del movimiento sindical. Empeñados en defender privilegios como si en nuestro país no hubiese pasado nada, los sindicatos no han mostrado ni un ápice de flexibilidad para detener la gangrena de nuestro sistema laboral: el paro juvenil.
No es extraño por tanto que los jóvenes pasen de los sindicatos y de las organizaciones de izquierda, como ha demostrado de forma palpable el movimiento 15-M.
Pero además de ausentes en la búsqueda de soluciones del gran problema nacional, los sindicatos tampoco han sabido o podido escapar de que la mayoría social les incluya en ese creciente grupo que vive de la "ubre" del Estado a golpe de ayudas públicas.
Si a eso unimos que a esos mismos sindicatos no les ha temblado la mano a la hora de aplicar la denostada reforma laboral cuando han tenido que hacer ajustes en sus organizaciones, el cóctel es explosivo. Toca renovarse o morir, también al anticuado sindicalismo español.
RAFAEL DANIEL
Delegado de elEconomista en Castilla y León