
Las tribulaciones sobre la solidez financiera del emporio Espírito Santo amenazan con firmar un triste final como saga de gestores banqueros al clan que le da el nombre desde hace más de un siglo. Su fortuna, situada entre las cinco primeras del país vecino, atraviesa uno de los momento más apurados de su historia que, incluso, amaga con resquebrajar la gran unidad familiar que siempre ha caracterizado la gestión empresarial de esta dinastía,
integrante de la aristocracia empresarial del país, junto a apellidos comoMello, Champalimaud y Ulrich.
Por vez primera en 144 años ningún Espírito Santo dirigirá el BES. Para evitar el contagio de las turbulencias del grupo a la entidad financiera, el Banco de Portugal separó a toda la saga de los cuadros de mando, a cuyo frente siempre hubo un varón descendiente de José María Silva Espírito Santo, el joven que en 1884, y con solo 19 años, abría una casa de cambio, especializada en lotería española que se convertiría en el germen del actual imperio.
Un imperio de 144 años
Ricardo Salgado, biznieto del fundador, deja la presidencia del BES ejercida durante 22 años en contra de su deseo. Su intención era, incluso, ser reelegido al vencimiento del mandato en 2015 como hicieran sus antecesores. Pero el agravamiento de la crisis en el grupo cercenó sus planes, con el relevo forzado por el supervisor de una cúpula vaciada ahora de miembros de la saga, frustrando al tiempo las aspiraciones a sustituirle de su primo José María Ricciardi.
La familia es una de las más influyentes y acaudaladas de Portugal, y la dirección de sus colosales propiedades parecía dirigida por una disciplina de consenso inquebrantable. La crisis, de hecho, ha puesto al descubierto una guerra entre Salgado y Ricciardi inesperada porque siempre habían limado discrepancias de forma interna. Es idiosincrasia identitaria y, probablemente, de la lección aprendida con su intrincada historia.
La andadura del clan y el grupo societario arranca en esa casa de cambio fundada por el joven José María Silva en el SXIX, volcada en vender cupones de lotería aprovechando el refugio en el país vecino de familias españolas que huían de las guerras carlistas. Aunque inquieto pronto se decidió a ampliar negocio al mundo financiero con la fundación de J. M. Espírito Santo Silva que, andado el tiempo, serviría de cimientos al actual BES.
Silva se casó dos veces y tuvo seis hijos, pero serán los tres varones los que asuman la dirección del negocio al morir el patriarca, quedando las mujeres en la sombra de la gestión directa como ocurre hasta hoy. Subirán a la presidencia sus vástagos José, Ricardo y Manuel, en una sucesión igualmente natural a medida que fallecía el hermano mayor y siempre trabajando como en una empresa familiar, algo que se convierte en una marca de la casa a lo largo de su singladura.
Los herederos pronto encumbran al BES al tercer y primer puesto del pódium bancario del país; lo fusionan en 1937 con el Banco Comercial de Lisboa y extienden sus intereses y posesiones en varios países, bregando en mares convulsos con la República o la dictadura militar.
El peor empellón, que marcará a fuego la personalidad de la saga, sucede en 1974 con la nacionalización de su entonces ya ingente patrimonio. La Revolución de los Claveles deriva en la expropiación de todas las entidades de crédito y seguros, y acaba con seis miembros de la familia Espírito Santo entre rejas durante cuatro meses.
Se crecieron en la diáspora
Lejos de rendirse, y como narran María Joâo Babo y María Joâo Gabo en el libro El último Banquero, hacen piña. Escasos meses después se reúnen en Londres las entonces seis ramas familiares -hoy quedan cinco- para establecer una estrategia encaminada a reconquistar sus bienes. Es una cumbre decisiva y en toda regla porque la expropiación había encaminado el rumbo de sus miembros hacia Brasil, Londres, Suiza e, incluso, Madrid.
El reputado e influyente nombre Espírito Santo y relaciones establecidas con anterioridad fue determinante en dicho empeño. A pesar de estar expatriados no dejaron de ser invitados por organismos como el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial. Y pronto mueven resortes para su retorno, apoyados por los acaudalados e influyentes David y Nelson Rockefeller, Walter Salomon, los Países Bajos o el presidente de Francia de ese momento, François Mitterrand.
El dignatario galo fue determinante en la alianza establecida en 1986 con Crédit Agricole, que aún subsiste, y que le ayudó a regresar a Portugal, donde su primera recompra fue la recuperación de la aseguradora Tranquilidade. Se aliaron con el banco francés en el Banco Internacional de Crédito, y de su mano pujó después en la privatización del BES, entidad venida a menos por la gestión de los golpistas y que la saga volvió a impulsar hasta copar hoy el primer puesto en importancia en la banca lusa.
Su foco era claro pero no excluyente ni único. En la diáspora siguieron trabajando. Fundaron en Luxemburgo el Espírito Santo International Holding, cuyas irregularidades contables han hecho estallar los problemas actuales, para reconstruir el emporio con los escasos fondos salvados de la expropiación. Le seguirían inversiones en Brasil, Suiza o Estados Unidos, aprovechando en muchos casos la emigración portuguesa de particulares y las relaciones comerciales en las antiguas colonias.
La entrada de Portugal en la entonces Comunidad Económica Europea favorece su regreso por la apertura de la economía a inversores y fortunas en la diáspora. Al iniciar la reconstrucción del grupo se encontraba al frente el nieto del fundador Manuel Ricardo y tío Ricardo Salgado, último presidente de la familia en el BES. Pero Manuel Ricardo fallece al poco tiempo, y la familia decide por vez primera pasar de un mando presidencialista a crear un consejo superior para tomar decisiones colegiadas.
Los historiadores de la familia subrayan que esta apuesta era tan decidida que, incluso, ordenaron derrumbar los muros en el cuartel general del BES cuando lo recuperaron, en símbolo de la toma de decisiones unánimes entre las distintas ramas familiares -llegaron a copar el 40 por ciento del capital-. Y los bienes repartidos por otros países se usan para empujar el banco.
Es entonces cuando Ricardo Salgado, el ahora presidente saliente, se erige de nuevo dirigente, no sin despertar ciertas reticencias por su juventud -era 1992 y contaba con apenas 47 años cumplidos-.
Las investigaciones al BES por facilitar supuestas operaciones de blanqueo a partir de 2005 socavan su posición y en 2012 afloran las primeras desavenencias, que la familia se había preocupado de mantener a resguardo. Las ahora cinco ramas de la saga promueven cambios que se interpretan como la preparación del relevo de los miembros más longevos por las nuevas generaciones. Entran en los órganos de gobierno del banco y del grupo, aunque sin derecho a voto.
Sin embargo, pronto José María Ricciardi, cuyo carácter parece ser más impetuoso que el de suprimo, se postula para relevarle. Fiel a su preocupación por trasladar una imagen de cohesión, la saga frustra este golpe al poder, con el apoyo a Ricardo Salgado de todos, incluído de propio padre del postulante a ser presidente. Se apaciguan las aguas, pero la disensión es evidente y comienza a hablarse de planes para una sucesión tranquila.
Principales joyas
El revés supervisor les ha desalojado ahora del mando. Ni Salgado ni su primo. No son gestores del banco convertido en el buque insignia de la recomposición de un imperio extendido mucho más allá.
Un nuevo y complicado contratiempo. Siguen, no obstante, siendo los propietarios de un emporio que reúne desde plantaciones agrícolas, a empresas energéticas, hospitales, operadores turísticos, inmobiliarias en Portugal y Brasil, y el 20,15 por ciento del BES, susceptible de diluirse si amplía capital, pero donde podrían aún mantener la mayoría accionarial.
El error y la temeridad que ha puesto al descubierto la crisis declarada en su holding es que la maraña de empresas se autofinanciaban de forma que el problema en una sociedad contagia a la red. Para evitar que se propague, el Banco de Portugal trata de establecer cortafuegos, cortando a través de la gestión cualquier influencia.
Pero los apuros financieros amenazan con abocar a la sociedad Rioforte donde aloja su cartera industrial a la protección de acreedores para ganar tiempo y reestructurar su deuda. Agencias de calificación como Moody?s alertan de un riesgo alto de impago o default del grupo, que penaliza al BES en bolsa.
La situación límite del grupo podría encontrar su solución en el mismo entramado. La familia ha colocado la etiqueta de enajenable a casi todos los activos ante la necesidad para levantar recursos y resolver con ellos la difícil situación.
Hoy el emporio se reparte casi en participaciones muy similares entre las cinco ramas familiares. Con datos de inicios de 2014, la saga representada por María do Carmo Galvao Moniz era dueña del 19 por ciento), la liderada por José Manuel Espírito Santo; del 18,5; en la de Antonio Luis Roquette Ricciardi poseen el 18 por ciento, la del expresidente del BES, Ricardo Salgado, un 17, y en la rama de Mosqueira do Amaral estaría el 16 por ciento, según detalla la prensa lusa.