Banca y finanzas

La quiebra que sacudió a España

Mario Conde

El Banco de España decidió entrar en la entidad para evitar la mayor quiebra financiera del momento, el caso cambió las reglas y Mario Conde y su equipo acabaron entre rejas.

Tal día como hoy, un gélido 28 de diciembre de hace ahora 20 años, el Banco de España removía la cúpula de Banesto. Su cotización caía a plomo en bolsa, zarandeada por intensos rumores de insolvencia, y la suspensión de negociación sirvió de puntilla, o quizá excusa, para inclinar al organismo dirigido por Luis Ángel Rojo a poner fin a meses de estrecho seguimiento del banco, con directrices no siempre cumplidas por el, a veces, indomable Mario Conde. De nada sirvieron las apuradas llamadas del joven banquero, símbolo de la emergente beautiful people a los principales responsables políticos o a la Casa Real. Avanzada la mañana de aquel Día de los Inocentes el supervisor intervenía una entidad a la que atribuía 3.637 millones de euros en agujero patrimonial (605.145 millones de las antiguas pesetas), la mayor quiebra bancaria que el imaginario colectivo recuerda hasta estallar la de Bankia en 2012.

Banesto representaba el 1 por ciento del PIB nacional y contaba con 150.000 accionistas, que fueron los primeros en pagar con la pérdida de valor de su inversión. Luego tocaría al erario. Sanear el antiguo Banco Español de Crédito costó 1.893 millones, cifra en todo caso inferior a las inyectadas a fecha actual en, al menos, media docena de nuevos grupos de cajas en la que es, sin duda, la mayor reconversión de la industria en nuestra historia -sólo Bankia recibió 22.424 millones-. Y entre medias, Mario Conde y su equipo condenados a prisión varios años por la comisión de diversos delitos en operaciones irregulares detectadas por los inspectores al auditar el balance del banco para sanearlo y venderlo.

La génesis de aquella crisis y la bancaria actual se asemeja: balances agujereados por deterioros en activos, inversiones y excesivo riesgo crediticio asumido en época de bonanza por gestores más preocupados en progresar que en analizar los riesgos con la ortodoxia exigible. Bajo el paraguas del Santander, adjudicatario tras la rápida intervención y subasta en 1994, Banesto enderezó el rumbo, recuperó gran parte de los incobrables y, con la maquinaria totalmente a punto, cabalgó una nueva fase de esplendor. Paradógicamente, ha sido la actual andanada, sumamente desafiante para una entidad solo nacional y la sobrecarga en provisiones y capital, la que ha puesto fin a una enseña de 110 años. Las sinergias y la búsqueda de rentabilidad firmaron la desaparición del Banesto independiente el 17 de diciembre del año pasado, "la joya de la corona" invendible de Emilio Botín se desdibuja integrada dentro del grupo cántabro.

Fin de 110 años de enseña

Un broche amargo a una remontada no exenta de dificultades. El germen de la intervención de Banesto arraiga en la asunción de riesgos desmesurados bajo la dirección de Conde durante la burbuja gestada con la entrada de España en la Comunidad Europea. Los excesos inversores en fastos como la Exposición Universal de Sevilla o los Juegos Olímpicos de Barcelona de 1992 se pagaron con altos déficits, dispararon el paro del 16 al 24 por ciento y forzaron tres devaluaciones de la peseta bajo el Gobierno de Felipe González. Con el revés, la mora le brotó a borbotones.

Conde había irrumpido en 1986 en plena propuesta de fusión hostil del extinto Banco Bilbao. Junto a su socio Juan Abelló y con la fortuna cosechada por ambos en una brillante operación societaria en Antibióticos, tomaron una fuerte participación en su capital y convencieron a su consejo de administración para rechazar la oferta del bilbaíno, presidido por José Ángel Sánchez Asiaín y Emilio Ybarra.

Presidente con 39 años

El pulso empuja al Bilbao a fusionarse con el Vizcaya, tras formular el Banco Central de Alfonso Escámez una contraopa en defensa de Banesto. Era 1988 y su unión amistosa se frustra ante la presión de los Albertos, accionistas de ambos bancos, que preferían al exministro Miguel Boyer en su presidencia. El Central acaba fusionado con el Hispano y Conde de presidente de Banesto, con apenas 39 años. Este abogado del Estado desde los 24 años, y al que se atribuyó la aspiración política de postularse a la presidencia del Gobierno, embarcó en grandes y osadas operaciones a la entidad mientras suscitaba admiración social por su identificación como un símbolo del éxito empresarial.

Concedió más crédito del razonable, sin calibrar bien los riesgos, y amasó participaciones en empresas, que vieron lo peor al materializarse la recesión. Con la crisis inmobiliaria y el lastre en el que se había convertido su gran cartera industrial, abocó al que era el quinto banco a la sorpresiva intervención.

No para el Banco de España. Su equipo de inspectores habían comenzado a escudriñar al banco iniciado en 1992 recelosos de que ocultarse morosidad y, confirmado el agujero, el organismo exige una solución. A la desesperada, Conde trató de salvar la situación con el anuncio, once meses antes de la intervención, de una ampliación de capital dirigida por JP Morgan en fases, que no convence al supervisor. Quería inyectar 130.000 millones de pesetas (781 millones de euros), en la mayor ampliación en la historia en España y segunda a escala mundial, en tres tramos en los que dijo que entraría JP Morgan, General Electric y Northwestern Mutual. Sobre la operación sobrevolaron, incluso, sospechas de que el estadounidense sólo circula fondos girados por Banesto para recomponer su solvencia. Entre tanto, prosigue el deterioro y flaquea la liquidez, porque la banca rival le escatima préstamos en el interbancario.

Cae por la mala gestión

La situación se precipita aquel 28 de diciembre. Cada parte expone una razón. El gobernador del Banco de España atribuye el agujero en el Congreso a la mala gestión, Conde lo niega y ve clave la intervención de José María Aznar; al tiempo que siembra dudas sobre el interés del establisment bancario por Banesto. Años después, el todopoderoso vicepresidente del Gobierno de Felipe González, Alfonso Guerra, escribía en sus memorias que, con independencia de la evidente delicada situación de la entidad, tras la caída de Conde estaba Carlos Solchaga. Sería, según Guerra, la venganza del ministro por su negativa años atrás a hacerse cargo de Ibercorp, cuyo escándalo se llevó por delante al antecesor a Rojo en el Banco de España, Mariano Rubio.

El caso llega a los tribunales por las transacciones sospechosas. La fiscalía acusa al banquero y varios ejecutivos de apropiación indebida, estafa y falsedad por usar la hucha del banco a su antojo y a espaldas del accionista. Se les acusa, entre otras operaciones, de desviar dinero a Suiza (600 millones de pesetas ó 3,22 millones de euros), financiar irregularmente a políticos o pagar 1.344 millones de pesetas por una participación en Carburos Metálicos no contabilizada.

El primer fallo condenatorio lo emite la Audiencia Nacional en 1997. Y en julio de 2002, el Supremo endurece la pena: 20 años de prisión para Mario Conde -ha cumplido diez-, trece para su vicepresidente Arturo Romaní, diez para el exconsejero delegado Rafael Pérez Escolar, seis para el director general Fernando Garro y cuatro para Jacobo Hachuel y Enrique Lasarte. La intervención obliga al Banco de España a actuar muy rápido. Suspendida la antigua cúpula, recluta a un equipo de 16 ejecutivos capitaneados por Alfredo Sáenz, entonces vicepresidente del BBV y ejecutor del exitoso saneamiento de Banca Catalana. Le acompañarán Ildefonso Ayala, consejero delegado del Popular, Matías Rodríguez Inciarte, del Santander, y Epifanio Ridruejo, consejero adjunto al presidente del BCH.

A pesar de la rauda toma de decisiones, la alarma provoca colas en las sucursales y los clientes retiran hasta 100.000 millones de las antiguas pesetas, agravando la situación. En abril de 1994, sin que hayan transcurrido cuatro meses, el Santander gana el pulso a BBV y Argentaria y se adjudica Banesto -ofreció 95 pesetas más por acción que Emilio Ybarra, presidente de BBV-.

El cántabro confirma a Sáenz, con el encargo de sanear y rentabilizar la enseña. Bajo sus riendas, Banesto pasó de 777,56 millones de euros en pérdidas en 1993 a ganar 421,72 millones en 2011, doblegó una morosidad del 9,5 al 0,85 por ciento, y transformó el banco, con ajustes que en oficinas excedieron al 23 por ciento de su capacidad.

Su prioridad era recuperar créditos morosos -lo logró en más de medio billón de pesetas- y en 1997 canceló el préstamo entregado por el Fondo de Garantía de Depósitos para su reflotamiento, situaciones esgrimidas por los críticos a la intervención como argumento de que el agujero no era tal. El saneamiento se cerró formalmente en 1998, con la disolución de SCI Gestión, que sirvió para aparcar los activos dañados del Banesto de Conde.

Con la entidad a pleno pulmón comercial, Botín aúpa al banquero en 2002 al puesto de consejero delegado que dejaba vacante Ángel Corcóstegui en el grupo. Le sucedió en Banesto Ana Patricia Botín, que firma un record de beneficios de 780 millones en 2008, aunque la crisis bajó la cifra a 460 millones en 2010, cuando el grupo la destina a dirigir la franquicia de Reino Unido. El último presidente, sin funciones ejecutivas, será consejero del Santander, Antonio Basagoiti García-Tuñón. La embestida de la recesión acaba con la independencia de Banesto, pese a que antes de su absorción recibió asistencias del grupo. El Santander le compró filiales como seguros, la gestora o su potente plafaforma informática, hoy base de las herramientas informáticas de sus filiales en el mundo.

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