Profesor de Economía y Estrategia en Deusto Business School

Hace cinco años, hubo un momento en que todo pareció detenerse. En 2020, el mundo se vio atrapado en una pausa global sin precedentes. El COVID-19 desató una crisis sanitaria, pero también un terremoto económico que paralizó fábricas, cerró fronteras y puso en evidencia la fragilidad de un sistema económico hiperconectado. El comercio global se convirtió de repente en una vulnerabilidad. Las cadenas de suministro colapsaron, los precios se dispararon y la lógica de la eficiencia fue sustituida - al menos temporalmente - por la urgencia del acceso, la resiliencia y la soberanía productiva (del "just in time" al "just in case").

Cada vez estoy más convencido de que la prosperidad futura no depende exclusivamente del acierto de las personas que toman las decisiones en el sector privado, y tampoco de los que asumen ese papel en el sector público. Por supuesto son agentes clave, y es muy importante que tengan acierto en sus apuestas. Adam Smith ya intuyó hace 250 años que la iniciativa privada era un elemento clave para crear las condiciones en las que las naciones creasen riqueza. Y John Maynard Keynes acertó mucho en explicar el papel clave de las políticas públicas en tiempos de crisis (que los hay, inevitablemente). En Euskadi creo que vamos bien de estas dos cosas, por fortuna.

Cuantos más años llevo recorridos, más tengo claro que no hay respuestas sencillas a los retos que nos trae el futuro. Se trata más bien de formular las preguntas correctas, y luego tratar de avanzar en las respuestas en compañía de personas comprometidas (y en nuevas preguntas que van surgiendo a medida que avanzas…) Es un viaje, más que un destino.

OPINIÓN

Visto con la perspectiva de los años, me llama la atención la poca educación sistemática que recibimos en la trayectoria formativa sobre tres de las principales vertientes que configuran la dinámica de las relaciones humanas: el poder, la autoridad y la influencia. Las vamos descubriendo a medida que vamos conviviendo con otras personas, pero nadie nos hace reflexionar o pensar sobre cómo funcionan.

No olvidaré fácil una primera jornada de la Bandera de la Concha hace ya algunos años, en 2011. La prueba se complicó por una galerna que provocó olas de más de dos metros de altura y dejó rachas de vientos de 65 kilómetros por hora. Las imágenes de remeros y patrones luchando por avanzar en sus calles en medio del oleaje fue espectacular, aunque sin duda el momento clave fue la ciaboga, con una fuerte corriente cruzada que arrastraba y amenazaba con volcar las traineras cuando perdían velocidad para virar.

Análisis

Hace unos días me pidieron intervenir en un programa de televisión de ámbito autonómico, para comentar la noticia de los recursos que algunas empresas vascas del sector financiero o energético están presentando al nuevo impuesto extraordinario. Antes de mi intervención, se presentaba la noticia, junto con entrevistas a pie de calle para recoger la opinión popular sobre estos recursos. También intervinieron tres personas que estaban en la tertulia en el estudio ese día (yo tomaba parte por videoconferencia, solo unos minutos).