Desde hace unos años, y con mayor frecuencia desde que estalló la crisis, estamos asistiendo en la prensa al menudeo de noticias sobre adquisiciones o fusiones de empresas del ámbito agroalimentario.
Desde hace unos años, y con mayor frecuencia desde que estalló la crisis, estamos asistiendo en la prensa al menudeo de noticias sobre adquisiciones o fusiones de empresas del ámbito agroalimentario, siendo posiblemente el caso más destacado el de la cooperativa Hojiblanca y sus muchos movimientos en el sector. Lejos de ser excepciones, me da la impresión de que se van a ir convirtiendo, poco a poco, en la norma. En cierto sentido, es una de las estrategias más razonables en virtud del entorno en el que les ha tocado vivir.
Se trata de un mercado cada día más globalizado, en el que los agentes protagonistas se mueven a nivel multinacional. Se trata también, ahora mismo, de un mercado dominado por el último eslabón de la cadena de distribución: lo que se denomina la Gran Distribución, grandes conglomerados multiformato y multinacionales de venta al por menor que explotan al máximo su capacidad de negociación en los mercados y su conocimiento del consumidor final. Ante unos clientes tan concentrados, una de las pocas vías de actuación es el crecimiento para igualar el poder de negociación o para alcanzar un nivel de servicio a la altura del cliente.
Pero es que en un mundo en el que el I+D+i cada vez es más importante (y el agroalimentario es posiblemente uno de los sectores en los que esta realidad está más presente), la mayor dimensión se configura como clave para la puesta en marcha de proyectos de investigación o para la consecución de esquemas de financiación favorables. Por tanto, la supervivencia en este mercado es cada día más una cuestión de tamaño.