
Durante la pandemia, se ha producido un hecho insólito relacionado con la aviación: los aviones no estaban en el aire, estaban en tierra, aparcados. Los aeropuertos estaban vacíos. Y grandes áreas del mundo se encontraron aisladas y sin transporte de mercancías.
En esas circunstancias, los pocos aviones que surcaban los cielos llevaban a cabo vuelos de repatriación intercontinentales, transporte de material sanitario de este a oeste del mundo, traslado de vacunas a comunidades insulares y ayuda humanitaria urgente que solo podía llegar a su destino gracias al avión.
Así, paradójicamente, en el peor momento de su historia, la aviación recuperaba su gran valor ante una sociedad global que demanda estar conectada.
La aviación en España es el principal sustento de nuestro turismo y éste, a su vez, el gran pilar económico de nuestro país, por su aportación de más el 12 por ciento directo a nuestro PIB (por encima del 20 por ciento indirecto) y del 13 por ciento del empleo.
En este contexto, son muchos los desafíos que la industria tiene por delante. Cuando pensamos, por ejemplo, en la descarbonización del sector aéreo, se nos presenta como un gran reto que, sin duda, es alcanzable pero duro de conseguir.
Necesitamos trabajar en un transporte aéreo y unas infraestructuras competitivos, para asegurar en los próximos 15 años su sostenibilidad medioambiental, social y financiera, las tres, indisolublemente unidas.
Para lograrlo, debemos establecer un debate serio y que se trabaje en una verdadera colaboración pública-privada que garantice la sostenibilidad futura del transporte aéreo y, por ende, todo su impacto positivo en nuestra sociedad.
Un debate que debe partir de que el transporte aéreo es responsable del 2,4 de las emisiones de CO2 a nivel global, y el 80% de esas emisiones provienen de vuelos de más de 1.500 kilómetros para los que, a día de hoy, no existe una alternativa de transporte al avión que sea eficiente para los clientes.
Y un debate en el que las aerolíneas hemos sido las primeras en levantar la mano comprometiéndonos a alcanzar 0 emisiones netas en 2050 y, en el caso de nuestro grupo, IAG, yendo más allá del objetivo establecido para el uso de combustibles de origen sostenible en 2030.
Todo ello supondrá inversiones muy importantes en renovación de flota y en compra de combustibles de origen sostenible en las que no podemos estar solos: compañías energéticas, fabricantes de aviones e infraestructuras aeroportuarias reman en la misma dirección pero, además, necesitamos el apoyo del sector público para que el desarrollo, producción y distribución de los combustibles de origen sostenible a precios asequibles y en cantidad suficiente para abastecer a las aerolíneas sea una realidad cuanto antes.
Necesitamos también el apoyo del Gobierno para un Cielo Único, para que las rutas aéreas, al menos en España, y en Europa también, sean más directas y que podamos ahorrar a nuestra atmósfera centenares de kilos de CO2 en cada vuelo. Y necesitamos que los fondos europeos sirvan para mejorar nuestras infraestructuras aéreas y para promover la investigación del hidrógeno y otras tecnologías que, a más largo plazo, permitan una descarbonización total de la aviación que, probablemente, ninguno de nosotros lleguemos a ver pero cuyos cimientos hay que empezar a construir desde hoy.