
Hace 15 años el mercado de banca privada en España estaba principalmente dominado por los grandes bancos universales. Viendo lo que ocurría en el resto de Europa, se podía prever que el mercado español evolucionaría hacia una mayor especialización.
La primera década de los años 2000 nos trajo el auge de entidades de banca privada independientes, el aterrizaje continuo de gestoras de fondos internacionales o la creación de sociedades de valores y de las Empresas de Asesoramiento Financiero (EAFIs) -la primera es de 2009-.
No obstante, también trajo crisis y momentos inesperados a los mercados: el pinchazo de la burbuja inmobiliaria, la caída de Lehman Brothers y la crisis financiera, la estafa de Madoff, las preferentes y las eternas dudas sobre la banca. Todo eso también fue llegando y, con ello, el empeño de reguladores, supervisores, instituciones y bancos de mejorar en todos los aspectos (regulatorios, normativos y técnicos) que dieran más transparencia a nuestra actividad. Muchas eran las entidades que desaparecían y pocas las que en los siguientes años se atrevieron a lanzarse en el mercado nacional -nosotros entre ellos-. La normativa desarrollada y la regulación cada vez eran más exigentes. Y los clientes, también.
De forma progresiva el mercado fue remontando y las ganas de crecer dieron como resultado lo que tenemos hoy: un mercado maduro con operadores de diversos perfiles con propuestas de servicio de valor y reconocidas por los inversores.
Lo importante de esos años es que la regulación trajo transparencia al sector. Un factor clave para la generación de confianza, algo absolutamente imprescindible en el funcionamiento de nuestro negocio.
La confianza es un atributo inherente a nuestra actividad. En este sentido, pensando en cómo será nuestra industria dentro de 15 años, no cabe duda de que seguirá basándose en ella y en todo aquello que lo confiera: transparencia, cercanía, honestidad y respeto.
Teniendo en cuenta un contexto en el que los tipos se mantendrán eternamente bajos y la banca privada tendrá que competir con nuevas plataformas y proyectos surgidos en el ecosistema fintech, nuestra industria tendrá que esmerarse para seguir diferenciándose y continuar ofreciendo valor a los clientes sobre esa base de relación próxima.
En este sentido, y con el objetivo de que la siguiente generación de clientes requiera de nuestros servicios y de nuestros productos, tendremos que poner el foco en el asesoramiento y en proponer soluciones de inversión diferenciales y de valor.
Para ello, la identificación y el análisis profundo de oportunidades de inversión ilíquidas que aporten rentabilidades de dos dígitos y estén descorrelacionadas con los mercados será uno de los caminos de diferenciación de nuestra industria con respecto a otras iniciativas que surjan. Este tipo de proyectos requiere de expertos analistas con experiencia en diversos ámbitos capaces de identificar las oportunidades existentes en la economía real.
De igual modo, será clave el continuar dando respuesta a las inquietudes personales de los clientes con respecto al cuidado y mejora de todo lo que nos rodea: salud, medioambiente y justicia social. Los grandes inversores querrán generar impacto en su entorno a través de su cartera de inversión y desde los bancos privados tendremos que articularlo -como lo estamos empezando a hacer-. Los discursos generalistas sobre ESG no serán suficientes. Necesitaremos respuestas concretas que generen rentabilidad al cliente e impacto a la sociedad.
Servicio y producto, cuestiones sobre los que girará el debate sobre nuestra industria, al margen del análisis sobre el desarrollo tecnológico. Lo que es indudable es que la finalidad de nuestro servicio será la misma, la preservación del patrimonio a medio y largo plazo, y la esencia, también: relaciones basadas en la confianza.