
Los quince años transcurridos desde la puesta en marcha de elEconomista hasta hoy, han sido años de enormes transformaciones en la sociedad española, baqueteada por dos tremendas crisis económicas que han puesto a prueba la resistencia de la sociedad española, su capacidad para no abandonar su vocación y obligación de Estado de Bienestar y, cómo no, la competitividad de su economía a todos los niveles. Hace 15 años, España vivía un momento de alegre expansión, aunque algunos signos ya indicaban la necesidad de frenar el peso del mercado inmobiliario en el producto interior bruto y, sobre todo, en su consecuente vía de desarrollo municipal.
Este crecimiento, alimentado por las ventajosas condiciones de acceso a dinero barato en el Banco Central Europeo por parte de la banca, tampoco podía ser considerado como ficticio, pues la realidad dictaba que España estaba notando un crecimiento demográfico importante merced a la llegada de emigrantes con fácil acceso al mercado de trabajo, lo que promovía la renovación de inquilinos en los barrios y animaba la construcción de vivienda nueva. Y una de las pruebas más evidente de ello es que el retorno de emigrantes a sus países de origen, o su desplazamiento a otras regiones más dinámicas, se dejó sentir en la caída de población y en el freno a todas las expectativas de crecimiento demográfico planteadas en aquellos años.
La crisis iniciada en 2008, la caída del gobierno socialista que más había logrado avanzar en derechos y prestaciones sociales después de años de conservadurismo en La Moncloa, la llegada de una política de recortes, especialmente salvajes en Castilla-La Mancha, y el endeudamiento brutal de nuestro país como única respuesta a la crisis, así como una reforma laboral que básicamente trajo una devaluación general en la calidad del empleo, han sido circunstancias de las que este medio ha sido testigo en primera línea.
Como lo ha sido de la incipiente recuperación general, y el inesperado parón que impuso la crisis pandémica que, como un tsunami, no solo se llevaba por delante miles de vidas, sino que amenazaba con derribar los fundamentos de nuestra economía a todos los niveles. Si la anterior crisis sirvió de aviso hacia el excesivo desequilibrio económico en favor del sector inmobiliario, con su añadido del crédito al consumo, la actual crisis nos puso sobre aviso acerca del peso determinante del sector turístico en nuestro PIB. A diferencia de la anterior, este sector constituye uno de los elementos de confianza en el sistema para abordar la recuperación, como hemos podido observar con el turismo propio, el nacional y el de interior, en cuanto las circunstancias han permitido ir abriendo paso a la movilidad de personas entre comunidades autónomas.
Hace 15 años, España vivía una expansión, aunque algunos signos ya indicaban la necesidad de frenar el peso del mercado inmobiliario
elEconomista ha sido también testigo de cómo a lo largo de estos últimos años Castilla-La Mancha ha ido recuperando el pulso, y cambiando hacia nuevos conceptos sobre los que basar el crecimiento: sostenibilidad, calidad, conectividad, medioambiente, ruralidad, y las fortalezas de nuestra tierra, como son la exportación de productos agroalimentarios, desarrollo de las energías renovables, conservación de nuestros espacios naturales y nuestro patrimonio cultural y monumental, sectores estratégicos y, sobre todo, concertación, diálogo, capacidad de acuerdos y liderazgo para lograr que todos rememos en la misma dirección como garantía de estabilidad para el inversor, para el empresario local y para los trabajadores y trabajadoras de Castilla-La Mancha.