
Pese a que Washington y el cuartel general de la OTAN en Bruselas se desentendían apresuradamente este martes de la crisis desatada por Turquía al derribar un cazabombardero Su-24 ruso, Moscú no ha dejado pasar la oportunidad que le ha brindado Ankara con su provocación, y -usando el ataque en su provecho- ha justificado un paso más en su escalada militar en Siria. El ministro de Defensa ruso, Sergey Shoigu, confirmaba el miércoles que desplegará en el país su sistema de defensa aérea S-400, un conjunto de baterías móviles de misiles diseñadas para derribar cualquier cosa que vuele en un radio de 400 kilómetros de distancia.
Lejos de sumar sin más otro arma más al orden de batalla ruso en Oriente Medio -en el que se cuentan desde cruceros en el Mar Caspio a bombarderos Su-34 Fullback, pasando por tropas en tierra-, el S-400 alterará de hecho todo el balance de fuerzas existente en la región, al desplegar un paraguas protector sobre las fuerzas rusas (y con ellas, de las de Bachar al Asad) que permite atacar, pero sin ser atacado.
Exteriormente, los S-400 Triumf no son un único aparato, sino que cuando están en movimiento forman un pequeño convoy de camiones que se desplaza a 60 km/h por carretera y a 25 km/h en pistas no asfaltadas. El regimiento tipo cuenta con un vehículo de mando equipado con un radar avanzado (su alcance se acerca a los 600 km), que controla hasta 6 baterías de misiles.
Centenares de misiles
Cada una de estas baterías cuenta a su vez con sus propios radares y 8 lanzaderas de misiles (aunque pueden formarse con hasta 12). En las tripas de cada lanzadera, por fin, esperan su turno cuatro misiles. Eso hace un total de cerca de 200 misiles por cada S-400, aunque el sistema es fácilmente escalable para que un solo mando controle 72 lanzaderas y más de 384 proyectiles simultáneamente.
Llegados a este punto, cuando se detectan uno o más blancos, sólo queda elegir los misiles que se quieren utilizar contra ellos y dispararlos en menos de 10 segundos contra hasta más de 30 blancos simultáneos. Y es que el S-400 es como la navaja suiza de los sistemas tierra-aire.
Hasta casi una decena de proyectiles diferentes pueden introducirse en las lanzaderas de los Triumf, de manera que se pueden lanzar contra cazas enemigos o misiles Tomahawk que vuelen hasta a 400 kilómetros de distancia, pero también contra misiles balísticos (disparados hacia el cielo y que caen sobre el objetivo tras salir de la atmósfera y volver a entrar en ella) que vuelen a 4,8 kilómetros por segundo o, lo que es lo mismo, 17.280 kilómetros por hora.
Según las declaraciones del ministro ruso de Defensa, el destino de las lanzaderas S-400 será el actual centro de operaciones de Rusia en Siria, y plaza fuerte de las fuerzas leales a Bachar al Asad: la base aérea de Jmeimim, situada a apenas 30 kilómetros al sur del lugar en el que ayer Turquía derribó al Su-24.
Rusia gana esta mano
Con este movimiento, que no está claro cuándo se hará efectivo, Rusia se asegura la supremacía aérea en la zona. Se blinda, en pocas palabras, contra cualquier agresión de aeronaves occidentales como los F-16 turcos, pero también de ataques con misiles crucero, que tradicionalmente suelen formar parte de la primera oleada de un ataque con el objetivo de neutralizar las defensas enemigas.
Lanza así un mensaje claro de advertencia a Turquía, buena parte de cuyo espacio aéreo quedará bajo la cobertura del S-400 ruso en cuanto éste se instale, y de paso se hace dueña del cielo de la asolada Siria aprovechando la desafortunada provocación de Ankara.
La llegada del escudo antimisiles ruso a Siria no sólo está llamada a poner de los nervios al alto mando turco, sino que también podría alterar el ritmo del despliegue del escudo antimisiles de la OTAN que está patrocinado por Estados Unidos, y que cuenta con el apoyo expreso de España (que da cobijo a cuatro destructores de EEUU en Rota), Polonia y Rumanía.
El improbable escudo turco
Turquía estaba llamada precisamente a ser una pieza elemental de este paraguas estadounidense frente a Rusia, pero en los últimos meses sus autoridades han mostrado su rechazo a integrarse en el sistema de la OTAN ante su temor de que pueda terminar siendo usado para proteger a Israel.
Ankara buscó en China una solución tecnológica al margen de la Alianza del Atlántico Norte, pero hace sólo diez días sus autoridades confirmaban la cancelación de un contrato por valor de 3400 millones de dólares, como respuesta a las presiones de la OTAN para que no despliegue un sistema incompatible con el de la Organización.
En su lugar, Turquía ha asegurado que emprenderá su propio programa, independiente al promovido por Estados Unidos, para desarrollar por sí misma -asegura- una tecnología antimisiles que no estará conectada a los sistemas de la OTAN y que supone otro desafío más a sus socios norteamericanos y de Europa occidental. Mientras tanto, Rusia cotilleará sin descanso la actividad en el espacio áreo turco desde las pantallas de sus S-400 asentados en suelo sirio.