Política

Rajoy se va sin dictar su sucesión: ¿qué necesita el PP para evitar la guerra y el hundimiento?

  • El PP es un partido en el que no se sabe lo que son los cismas
  • Por primera vez desde hace casi 30 años el PP está huérfano
  • Se precisa alguien que no se pueda vincular a la corrupción
Mariano Rajoy, en el Comité Ejecutivo en el que anunció su marcha. Foto: EFE

La última vez que el PP vivió un cisma interno acabaron solventándolo en dos días y con un 84% de votos a favor del líder. Sucedió en aquel recordado congreso de Castellón de 2008 en el que la vieja guardia de un aznarismo aún caliente le movió la silla a Rajoy tras su derrota en las elecciones. En aquellos días revueltos, con el impacto del 11M y del vuelco electoral sacudiendo los titulares, los mentideros daban por segura la caída del candidato. Sin embargo, aquella célebre portada de 'Rajoy decide irse' ha tardado diez años en hacerse realidad.

Así han sido los cismas en un partido en el que no se sabe lo que son los cismas. Como mucho se ha dado algún comentario fuera de tono que los medios han elevado a noticia precisamente por lo inusual del acontecimiento. Como cuando la militancia castigó a Rajoy con ese 16% de voto en blanco que ya querría para sí cualquier líder de cualquier otro partido que dé voz -de verdad- a la militancia. Ha habido algún combate enquistado, como el de Gallardón y Aguirre, algún desplante, como el de Mayor Oreja, y algún dardo afilado, como los de Aznar. También un puñado de díscolos que se salieron del partido, como Vidal Quadras y Abascal. "Vaya tropa", llegó a decir cierta vez Rajoy. Ese era el nivel de apuro. Poco más hizo falta.

Ahora, con el cadáver político del líder aún caliente, las cosas empiezan a resquebrajarse. En una semana se ha pasado de ocupar la Moncloa a que Rajoy, y con él más de un millar de altos cargos, se quede sin mando en plaza. El proceso de caída llama más la atención si se piensa que hace apenas tres años y medio el PP tenía la mayor cuota de poder ejecutivo que un partido democrático había alcanzado jamás. De todo eso -Ejecutivo, Congreso, Senado, Autonomías, Diputaciones y Ayuntamientos- sólo quedan las ruinas: una mayoría arrinconada en el Congreso, el dominio del estéril Senado, apenas cinco autonomías y Málaga como el bastión municipal más importante. La época de las baronías territoriales terminó.

El imperio se ha desmoronado a la velocidad a la que pasan las cosas en la política española desde hace unos años, y el impacto ha sido tan grande porque sus protagonistas no lo vieron venir. El PP ha caído producto de su propia herencia: acostumbrados como estaban a gobernar sin hacer concesiones, han acabado enemistándose con todos. Y en esta nueva política, donde pactar es una necesidad y nadie puede ganar batallas en solitario, es una idea peligrosa eso de que todos tengan cuentas pendientes contigo.

De las escaramuzas... ¿a la guerra?

El ya expresidente, aficionado como es al refranero tradicional español, bien podría acordarse de un ejemplo tan macabro como gráfico: "cuando el hambre entra por la puerta, el amor salta por la ventana". Dicho y hecho: el partido que supo ser una balsa de aceite durante treinta años ahora amenaza con un hundimiento definitivo. No había pasado un día desde la votación de la moción de censura y ya había salido ante las cámaras el exministro Margallo para cerrar el paso a la candidatura de la vicepresidenta, enemiga declarada y responsable de su caída en desgracia. Rajoy ha tardado pocos días en despedirse, y lo ha hecho con algún dardo indirecto -retranca, lo llaman- hacia su antecesor, que apenas unas horas después ha salido a contestar airado. El cruce de declaraciones seguía un rato después cuando Borja Sémper respondía a Aznar sacando la cara por Rajoy en un comentario a través de su perfil en Twitter.

Se diría que la guerra por la sucesión de Rajoy ha comenzado, y que durará semanas hasta que se decida quién toma el mando vacante. Nada de esto había pasado antes, y el motivo es sencillo: no había espacio para la crítica. Aznar 'creó' el PP a su alrededor, modernizando a una derecha española aún penitente de sus herencias y haciéndola capaz de ganar las elecciones. De hecho, puede presumir de ser el único presidente hasta la fecha que eligió irse cuando podría haberse quedado. Fue tal su impronta que nadie le cuestionó cuando designó a su sucesor, aunque éste estuviera en las antípodas de su arrolladora personalidad. Con todo, Rajoy acabó aprendiendo algo de él: a pesar de su convulso inicio, logró con el tiempo edificar un nuevo PP a su imagen y semejanza -gris, pasivo, indolente, manejable y literalmente conservador-.

Por primera vez desde hace casi treinta años el PP está huérfano, y ese vacío de poder es una amenaza a sus propios fundamentos. Su fortaleza durante este tiempo, su capacidad de resistir contra viento y marea, ha sido la base de su éxito. El centro-derecha patrio se ha mantenido firme y cohesionado siempre, y su suelo electoral ha obrado en consecuencia. Tanto es así que hasta las pasadas elecciones nada les había pasado excesiva factura, ni el 11M, ni la corrupción: cuando han perdido es porque los otros han crecido, no porque ellos se hayan derrumbado.

La caída de estos años y el derrumbe de estos días son muy malos augurios para una marca herida de muerte. Caído el mariscal que tenía fama de ganar batallas políticas sin necesidad de hacer nada, cunde la idea de que todos son vulnerables. Las reyertas entre clanes son el presagio de una situación inesperada, y llegan justo en el peor momento: tras décadas de soledad efectiva, ahora sí existe una fuerza capaz de robarle el electorado y ocupar su lugar.

Manual para sobrevivir

Es verdad que la política española se ha vuelto convulsa e impredecible. Pero también es verdad que, tratándose del PP, hay dos argumentos que deberían tenerse en cuenta para hablar con cautela acerca de su final: uno, que su capacidad para reagruparse es mayor que su pulsión a la rebelión; dos, que los partidos del sistema están demostrando una capacidad de supervivencia mucho mayor de la esperada.

Por eso, y porque precisamente su fortaleza siempre ha venido de la cohesión, cabe pensar que los miembros del PP no se batirán en una guerra abierta con el mismo

ardor guerrero que demuestran sin tapujos en formaciones como el PSOE o Podemos. Lo de estos días, quizá, sean sólo escaramuzas para fijar posiciones. No es cuestión de que la derecha sea más disciplinada, es que es más consecuente con su propia supervivencia.

Si el proceso de elección de un nuevo liderazgo se lleva a cabo tal y como cabría esperar de un partido tan poco dado a revoluciones, no habrá grandes cismas. Es posible, claro está, que muchas caras conocidas del 'rajoyismo' acaben bajándose del barco, e incluso que muchos descontentos acaben cambiando de ejército y se sumen a otras filas. Pero la opción más probable, si es que quieren sobrevivir como partido a pesar de lo maltrechas que están sus siglas, es que el proceso sea consensuado y guiado hacia una solución tolerable de puertas hacia dentro.

Ahora bien, además de esa 'transición pactada', ¿qué necesitaría el PP para sobrevivir? De buenas a primeras, precisa de un nombre que no se pueda vincular en modo alguno con la corrupción. Así las cosas, no parece que candidaturas como las de María Dolores de Cospedal, Alberto Núñez Feijóo o Pablo Casado sean las más adecuadas: la primera ha sido la 'abogada defensora' (en términos políticos) del partido durante el caso Gürtel; el segundo quedó manchado de forma irreversible por aquella fotografía con un narcotraficante; el tercero tendrá que acabar respondiendo sobre el supuesto trato de favor recibido a la hora de completar su educación universitaria.

Una vez descartada Cristina Cifuentes, que siempre sonó con fuerza, el nombre que más vuelo tiene es el de la exvicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría. Motivos hay muchos: controla los resortes del partido, la corrupción no le ha salpicado, es una gestora con experiencia, es poco dada a las extravagancias y, en otro plano, es mujer y joven, dos valores al alza en política. En su contra hay también dos grandes losas: era la mano derecha de Rajoy -y el partido debería esforzarse por romper con su pasado- y tiene un buen número de detractores que han esperado agazapados a una ocasión como esta para hacer patente su malestar.

Más allá de los nombres, y más allá de ser mujer y joven, hay algunas cuestiones fundamentales que el PP deberá definir de cara a su supervivencia. La primera cuestión es acerca de su lugar en el espectro político: ¿querrán apostar por modernizar su propuesta y competir con Ciudadanos en ese eje discursivo, o querrán por el contrario hacerse fuerte en sus ámbitos tradicionales -población mayor y más rural- para tomar impulso y cerrarles el paso? La segunda cuestión es acerca de sus propias convicciones: ¿hasta qué punto querrán romper con las herencias envenenadas de los líderes que les antecedieron?

Cabe pensar que en un partido tan disciplinado como el PP la elección se podría hacer al revés de lo que se suele plantear: no se trataría de decidir un liderazgo para que marque una ruta, sino marcar una ruta en función de la cual se decida un liderazgo. El problema es que todas esas decisiones se van a tener que tejer en las sombras, sin un órgano de poder claro, y en un clima de guerra interna y externa. En otros partidos ha empezado la campaña. En Génova lo que están por llegar son los juegos del hambre.

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