
La RAE define 'simbiosis' como la asociación de individuos animales o vegetales de diferentes especies, sobre todo si los simbiontes sacan provecho de la vida en común. Este tipo de interacciones son un proceso evolutivo que es parte esencial de la vida misma y que se da con más o menos intensidad en prácticamente todas las relaciones humanas entre individuos o colectivos condenados a entenderse. Lo que ayer vimos en la tribuna del Congreso entre el PSOE y Podemos no fue un acto de contrición y benevolencia mutua, sino un proceso de simbiosis entre dos formaciones interesadas en que el de ayer fuese un debate de tono moderado y rifirrafe minimalista.
En su estreno como portavoz parlamentario provisional del PSOE, José Luis Ábalos tenía la difícil tarea de gustar a los suyos en un momento muy delicado, con el partido buscando un espacio parlamentario, perdido en el fragor de la batalla interna y a escasas horas de la proclamación oficial de Pedro Sánchez como secretario general.
Algo que, por cierto, consiguió, según coincidieron tanto en público como en privado los diputados de su bancada, poco acostumbrada últimamente al aplauso unánime.
Pero sobre todo debía medir muy bien su agresividad si quiere recuperar los votos perdidos a favor del partido morado, ya que Pedro Sánchez necesita crecer a costa del electorado de Podemos.
Con miras al futuro
Tampoco Pablo Iglesias quería un debate bronco. Si entraba en el cuerpo a cuerpo con el portavoz socialista, éste hubiera podido devolver el golpe acusando al líder del partido morado de presentar una moción que buscaba no tanto poner en aprietos al presidente del Gobierno como debilitar al PSOE, presentando a Iglesias como adalid de la lucha contra la corrupción y verdadero líder de la oposición. Pero una vez tirada la piedra, Iglesias debía esconder la mano.
Por eso ayer Podemos y PSOE escenificaron un acercamiento más teatral que real, pero que no hace sino retrasar una disyuntiva que tarde o temprano tendrán que afrontar: si la izquierda quiere volver al poder en este país, Iglesias y Sánchez tendrán que ponerse de acuerdo.
No se trata de una especulación, sino de la constatación de una aritmética electoral más compleja en los prejuicios que en los números. Unos porque temen ser fagocitados, otros porque esperan comerse al vecino y ambos porque desconfían, con razón, de las intenciones del contrario.