
Dicen que rectificar es de sabios. Lo que es más complejo es discernir dónde el cambio se torna contradicción. Pedro Sánchez ha sido elegido, de nuevo, secretario general del PSOE, demostrando una capacidad de supervivencia política inusitada y un ejercicio de mutación política que le ha llevado, en menos de tres años, a elaborar siete documentos programáticos distintos.
Sus vaivenes en asuntos de calado, como el modelo de Estado, o la política de pactos han sido el gran argumento de sus críticos, que le acusan de "llevar los cambios en el ADN".
Baste para ilustrar este transformismo recordar aquel desconocido Sánchez que ganó las primarias socialistas de 2014 encarnando el socialismo moderado frente a Eduardo Madina y José Antonio Pérez Tapias, el ala "izquierdista" del partido. Su victoria de entonces fue gracias al apoyo de la presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz. Hoy Susana es su gran rival, con Madina como hombre fuerte. Y uno de sus mayores críticos, Pérez Tapias, es ahora un potente aliado.
El concepto de nación
Si hay un asunto controvertido en el reelegido líder del PSOE es el modelo de Estado. En 2015, Sánchez sorprendía vistiendo su proclamación como candidato a la Moncloa con una enorme bandera de España. Entonces, con su primer programa, defendía la vigencia de un "Estado autonómico fundado indisolublemente en la unidad".
Tras su segunda derrota electoral, en febrero de este año, Sánchez presentaba un borrador para las primarias socialistas en el que apostaba por revisar el artículo 2 de la Constitución para avanzar en el "carácter plurinacional del Estado". En su proyecto definitivo de mayo rectificaba y hablaba de España como "una nación soberana donde caben naciones culturales". Un mes después, en las enmiendas a la ponencia marco del 39 Congreso, su último texto programático, retomaba la reforma de la Constitución para reflejar la plurinacionalidad del país, pero esta vez a través del título VII de la Carta Magna.
Su política de pactos y su relación con las nuevas formaciones en general y con Podemos en particular es otro ejemplo de la cintura política de Sánchez. En 2014, recién elegido secretario general del PSOE, garantizó "rotundamente" ante el Instituto de la Empresa Familiar que no habría acuerdo con Podemos. "No encaja en mi programa", afirmó entonces. Un año después, en la campaña para las elecciones del 20-D de 2015, se distanciaba igualmente de Ciudadanos y situaba a su líder, Albert Rivera, en las "nuevas generaciones del PP". En febrero de 2016, Sánchez pactó con Rivera un acuerdo de investidura que incluía un consenso en modelo fiscal y económico, y que se malogró por el rechazo de Podemos.
Medio año después, fue desalojado de Ferraz tras su segunda cita -y derrota- electoral, en la que no renegó de su pacto con Rivera. Tras eso, afirmó que fue un error "tachar a Podemos de populista. Hay que trabajar codo con codo con ellos". Su programa de febrero de 2017 apostaba por una "alianza con las nuevas formaciones de izquierdas".
Hoy, tras reconquistar el PSOE, reivindica su autonomía ante la nueva izquierda aún "inmadura". Y mañana, el juego político proveerá.