Hay pocas personas en la historia que hayan influido tanto en la transformación y el desarrollo de las ciudades modernas como Elisha Otis. Este empresario inventó un simple pero revolucionario sistema de seguridad para ascensores, que evitó miles de muertes, pero que además cambió el rumbo de la arquitectura, la economía urbana y la vida moderna. Ha sido la fuerza silenciosa que ha impulsado el crecimiento vertical del mundo. Es la historia de cómo una empresa de ascensores elevó, literalmente, a la humanidad.
Otis, nacido en 1811 en Vermont, se independizó con 19 años, yéndose a vivir a Nueva York. Allí empezó trabajando como carretero, pero tras casarse y tener dos hijos, decidió volver a Vermont, donde construyó su propio molino harinero. El negocio fue mal, así que decidió crear un aserradero. Las ganas de trabajar y la capacidad para reinventarse no le faltaban. Pero, tras fallecer su esposa, y a cargo de dos hijos pequeños, decidió dejarlo todo y regresar a Nueva York, a trabajar como maestro mecánico en una industria de fabricación de camas.
Fue en ese trabajo en el que empezó a desarrollar toda su creatividad. Fueron varios los inventos mecánicos que desarrolló para mejorar la productividad de la compañía. Pero la clave no fue un nuevo invento, sino una mejora sobre un producto existente.
Los sistemas de elevación existían desde tan pronto como la época de los romanos. Pero no eran seguros. En la propia fábrica de camas donde Otis trabajaba se habían producido varios accidentes, algunos de ellos mortales. Así que se puso a desarrollar un sistema de seguridad, basado en unos rieles guía de madera, unidos a un resorte en la parte superior del ascensor, por el que pasaban los cables de elevación. Esos cables eran los que seguían moviendo la plataforma arriba y abajo, pero si uno se rompía, impulsaba el resorte de madera, impidiendo la caída. Era 1852, y se trataba del primer ascensor de la historia equipado con un sistema de seguridad de este tipo.
El invento tuvo tanto éxito, que un año después Otis dejó la fábrica de camas para fundar su propia compañía, junto con sus hijos. La llamó Otis Elevator Company. Inicialmente, los pedidos eran escasos, y apenas logra ventas. Para impulsar su negocio, acude a la Exposición de la Industria de Todas las Naciones, que se celebra en Nueva York. Y llega al evento con una presentación inolvidable: se sube a una plataforma elevadora, y pide a la multitud que corte la cuerda de retención. Los asistentes la rompen, esperando que la plataforma caiga... pero se llevan la sorpresa de que solo desciende unos centímetros. "Todos a salvo, caballeros, todos a salvo", grita Otis desde arriba. La demostración es todo un éxito.

Tras la exhibición, los pedidos empiezan a aumentar. Ofrecían su producto principalmente a fábricas, hasta que en 1857 logra instalar el primer ascensor con su sistema de seguridad para personas, en el edificio EV Haughwout, por entonces una tienda de distinguidos clientes, y que tenía una altura de cinco plantas. Sin embargo, a la gente aún le daba miedo utilizar este tipo de artefactos.
Por desgracia, en 1861, Elisha Otis fallece, con tan solo 49 años, y tras contraer difteria. La empresa es heredada por sus hijos, perfectamente preparados para el cargo después de haber sido mentorizados personalmente por su padre. Mantienen la apuesta de la compañía por la innovación constante, y llevan a cabo agresivas campañas de marketing, de gran éxito.
La seguridad como prioridad
En la siguiente década la compañía vive su edad de oro, ofreciendo ascensores decorados con todo lujo de detalles, como alfombras, o los hoy populares espejos, además de las medidas de seguridad más modernas del mercado. También desarrollaron nuevos sistemas que permitían que las plataformas subiesen y bajasen más rápido.
Con el éxito cosechado, son muchas las empresas y los inventores que tratan de desarrollar ascensores similares, o que hicieran las mismas funciones, pero la mayoría fracasaron, incapaces de competir con los seguros y modernos elevadores de Otis. Presumían de no haber tenido nunca una sola víctima mortal. En sus catálogos señalaban que comprar elevadores de cualquier otra marca era "imprudencia criminal y homicidio culposo".
A finales del siglo XIX, Otis ya era una fábrica reconocida en todo Estados Unidos, gracias a hitos como hacerse con el contrato de la instalación de los ascensores de la Casa Blanca o del Capitolio. También inician su expansión e Europa, logrando ser la empresa encargada de los elevadores de la Torre Eiffel. Y no fue fácil, porque la oposición de los franceses a la tecnología de origen estadounidense era absoluta... pero ninguna empresa gala encontró las soluciones que daba Otis para un proyecto tan complejo. No les quedó más remedio que contratarles.
Los ascensores cambiaron el mundo
Pero va aún más allá, porque en aquella época, Otis, junto con otros avances tecnológicos, logran cambiar el mundo tal y como se conocía hasta entonces. El desarrollo de la construcción de las estructuras de los pisos con acero, en lugar de con piedra y ladrillo; junto con las nuevas técnicas de edificación, la electrificación y los ascensores seguros hicieron que los arquitectos, impulsados por los precios del suelo, empezasen a diseñar proyecto a lo alto y no a lo ancho. Las ciudades se poblaron de inmuebles cada vez más y más altos, hasta que llegaron los rascacielos que alterarían para siempre la perspectiva de todas las ciudades.
No fue solo una evolución arquitectónica, fue una auténtica revolución urbana, económica y cultural, que afectó a las ciudades y a sus habitantes. Aprovechaban al máximo el suelo, concentrando viviendas, oficinas, comercios y servicios. Favorecieron la verticalización del trabajo. Y alteraron la estructura social, pues cuanto más alto los edificios, más prestigio, y más aún para los residentes o los dueños de oficinas en los pisos más altos. El mundo nunca volvió a ser igual.
Fue un proceso que empezó por Nueva York y Chicago, pero que llegó pronto a París, antes de expandirse por todo el mundo. Otis, que era la empresa reina del sector en Nueva York, empezó a aliarse con compañías locales, muchas de las cuales luego absorbió, para posicionarse en todo el mundo, desde Canadá hasta Australia.
Innovación y nuevos contratos
El cambio de siglo, del XIX al XX, fue una época vibrante para la compañía, que a su vigoroso negocio de ascensores añadió un nuevo invento que le trajo importantes beneficios: las escaleras mecánicas. O 'escaleras móviles', como se denominaban en un principio. O 'Escalators', como las registraron. Las primeras se instalaron en la estación de Metro de Nueva York de la Sexta Avenida con la Calle 23, y pronto fueron seguidas de otras ubicadas en grandes almacenes de toda la ciudad.
La compañía también dio el paso de salir a bolsa, convirtiéndose en una de las primeras empresas no ferroviarias en hacerlo, con una capitalización de 11 millones de dólares.

No dejaban de inventar y desarrollar sus ascensores, aplicando nuevas técnicas que ninguna otra empresa de la competencia tenía, lo que le permitía que cada nuevo rascacielos que se inauguraba, y que se convertían por un tiempo en el edificio más alto del mundo... llevasen ascensores Otis. También lograron un contrato para construir 175 ascensores para el Metro de Londres, por un importe de 2 millones de dólares, que se convirtió en su contrato más grande hasta entonces.
Para entonces, ya contaba con más de 5.000 empleados, y presumía de haber puesto sus ascensores en la Ciudad Prohibida de Pekín, el Palacio Mikado de Japón y hasta en el Kremlin. Y era solo el principio. En los años 20 su actividad se disparó, llegando a casi 20.000 trabajadores en todo el mundo. El precio de sus acciones se disparó, pasando de 70 a 450 dólares por título.
La primera crisis de la compañía
Pero todo se torció con la Gran Depresión, que provocó que la compañía registrase pérdidas en 1933 y 1934 por primera vez en el siglo XX. En tiempos muy difíciles, que afectaron a la construcción de la que tanto dependía el negocio de los ascensores, fue la idea de un empleado la que permitió sobrevivir a la compañía: propuso que no solo se encargasen de la construcción e instalación de ascensores, sino que también asumieran su mantenimiento, hasta entonces en manos de miles de técnicos independientes. La gerencia, en principio, estuvo en contra de la idea, pero tras hacerle caso y desarrollarla, consiguieron más de 10.000 contratos de mantenimiento, lo que proporcionó un flujo de caja constante, hasta en los momentos de menor demanda de ascensores. Pronto crearon un departamento de Modernización, que se encargaba de los antiguos clientes y actualizaba sus máquinas, y que hoy se ha convertido en el mayor generador de ganancias de la compañía.
Tras sobrevivir a una etapa tan complicada, a Otis le tocó lidiar con la II Guerra Mundial, para la que, como tantas otras compañías, enfocó sus esfuerzos en alimentar la máquina de guerra. Se dedicó a la fabricación de armas, radares, y por supuesto, ascensores y montacargas para barcos, incluyendo los portaaviones. Los nazis bombardearon la fábrica de la compañía en Londres, matando a 11 trabajadores, y tomaron la planta de Berlín.

La compañía salió del conflicto bélico muy reforzada, aprovechando la expansión de la economía estadounidense para lograr los mayores ingresos de su historia, que superaban los 120 millones al año. Pero llegó un momento en el que Nueva York y Chicago tocaron techo, nunca mejor dicho, y las grandes expansiones empezaron a producirse en el sur y el oeste de Estados Unidos. Ciudades como Atlanta, Dallas, Los Ángeles o Phoenix empezaron a crecer, pero a diferencia de las grandes capitales de este, no lo hicieron a lo alto, sino a lo ancho, con edificios más bajos y menos rascacielos.
El negocio de los edificios de hasta 5 plantas, con ascensores hidráulicos, no tenían interés para Otis, a pesar de que eran las construcciones más habituales en esa época. Prefería seguir enfocada en edificios altos, grandes y de prestigio. Poco a poco, la cuota de Otis en el mercado estadounidense fue bajando, pasando del 45% al 31% en 1975.
El error de los nuevos negocios
No fue el único error de la compañía, que también trató de diversificarse, entrando en nuevos negocios como el del transporte de corta distancia, el de las carretillas elevadoras, los vehículos eléctricos o empresas de electrónica. Hasta se atrevió a adentrarse en el negocio de la colocación de bolos, aprovechando el auge de este "deporte". Todas estas decisiones fueron un fracaso, que se tradujeron en pérdidas para Otis. A pesar de su dominio en tecnología para ascensores, era una empresa debilitada.
En ese contexto apareció United Aircraft, que fabricaba motores para aviones. Un negocio en el que la competencia crecía cada vez más rápido, así que decidieron buscar nuevas fuentes de ingresos, con empresas sólidas pero cuyas acciones tuvieran un precio barato. El ejemplo perfecto, Otis. La ascensorista cotizaba en aquel 1975 a 20 dólares por título, y United ofreció 40 por ellas. Se hizo con la compañía por menos de 300 millones de dólares. La oferta fue rechazada inicialmente, pero al no encontrar un comprador mejor, a la gerencia de Otis no le quedó más remedio que aceptarla.
Fue una inversión tan brillante que en 4 años ya la habían recuperando, logrando así el capital necesario para hacerse también con el gigante del aire acondicionado Carrier. Durante 45 años, United fue una empresa sólida, en la que estas dos compañías adquiridas en los 70 jugaron un papel fundamental, generando ingresos y beneficios constantes.
La mayor empresa de transporte
Otis era un gigante en su sector, que no dejó de expandirse por todo el mundo, adentrarse en nuevos mercados y adquirir nuevas empresas que consolidasen su negocio. Estuvo presente con sus ascensores en los edificios más altos e icónicos del mundo, como las torres gemelas, el Empire State, las Torres Petronas o el Burj Khalifa.

El negocio era tan grande que, en 2020, United tomó la decisión de escindir sus dos negocios clave no relacionados con el negocio aeroespacial. Así, se independizaron Carrier y Otis, ahora renombrada como Otis Worldwide. Desde entonces, no ha dejado de crecer.La compañía cuenta hoy con casi 70.000 empleados, y ingresa más de 13.000 millones al año, el 80% procedente de los servicios de mantenimiento y modernización. Mueven cada día a 2.000 millones de personas, lo que les convierte en la mayor empresa de transportes del mundo.