
Llama poderosamente la atención que en medio de una situación internacional complicada -con fuertes presiones sobre la cohesión social a nivel mundial, con una proliferación de conflictos armados de distinta naturaleza, con una delicada situación de las relaciones internacionales, con una economía buscando un nuevo modelo competitivo, etc.-, las influyentes elecciones de Estados Unidos, no sólo no han eliminado al demagogo y peligroso magnate de la carrera, sino que lo sitúan en un empate técnico con la candidata demócrata.
La campaña de Trump se puede calificar de fascista, con un desprecio profundo por las personas que conforman el país; por favorecer la supremacía blanca en un país multicultural y multirracial; por propulsar un modelo económico poco generador de rentas compartidas y generación de empleo de calidad; partidario de un fuerte proteccionismo que excluye la cooperación con otras economías; sin propuestas reales para favorecer que millones de americanos garanticen sus derechos mínimos de educación, salud y vivienda.
Me pregunto a qué se refiere cuando dice que va a 'hacer América grande otra vez'. ¿Qué América? La hegemónica guardiana del mundo, con una mayor supremacía de la raza blanca, que incentiva el éxito individual frente al colectivo, que es respetuosa con las personas que han contribuido a desarrollar el país, que hace reshoring de varias de las industrias que se fueron del país buscando mejores costes de fabricación, que construye un muro físico de la vergüenza para separar su país de México, etc.
No importa que para ello diga frases como: 'Cuando México envía a su gente, no envía a los mejores. Los inmigrantes traen drogas, crimen, son violadores y supongo, que algunos son buenas personas'. Una parte importante de la población del país se ve representada por un sujeto de esta naturaleza.
Pero mi reflexión en torno al desarrollo de la popularidad de Donald Trump excede el ámbito electoral norteamericano. Me parece que está asentada sobre un preocupante y galopante avance de los populismos de toda naturaleza en el mundo. Actitudes xenófobas compartidas por núcleos crecientes de la población, demagogia en las innumerables formaciones políticas, pérdida de propuestas de desarrollo económico inclusivo que favorezcan la reducción de las desigualdades sociales de la creación de riqueza, una solidaridad con los necesitados más estética que real, una dificultad de acceso de muchos jóvenes al mundo laboral, etc.
Grandes problemas sociales que inciden muy negativamente sobre la articulación de proyectos políticos, sociales y económicos ambiciosos, pero a la vez rigurosos y solidarios, que preparen la sociedad del futuro. Me preocupa que la sociedad vaya generando profundos espacios de desencanto en la población, excluyendo a los jóvenes de la construcción de un proyecto compartido, desarticulando valores de esfuerzo, corresponsabilización, compromiso generacional, solidaridad, etc., de nuestro trabajo diario.
Necesitamos una juventud vinculada con estos proyectos de transformación económica y social, que trabajen por comprometerse, con su esfuerzo e inteligencia, la construcción de esa sociedad más justa. Me niego a aceptar que la caza del Pokémon sea su objetivo prioritario.
Sabin Azua, socio director de B+I Strategy.