
Como es sabido, la Academia sueca acaba de otorgar el Nobel de Economía a Angus Deaton, desconocido para el público en general como suele ocurrir con esos economistas que están fuera de los focos mediáticos.
The Sveriges Riksbank Prize in Economic Sciences in Memory of Alfred Nobel 2015, tal como se encabeza el premio Nobel de Economía, se le ha otorgado por su contribución al análisis del consumo, la pobreza y el bienestar. Un reconocimiento que nos traslada de alguna forma a Amartya Sen, el primer Nobel de Economía que obtuvo ese reconocimiento por sus estudios sobre la Economía de bienestar, las desigualdades y la pobreza. Un estudioso de las antiguas hambrunas, que parecen ser cosa del pasado.
Ya nadie se acuerda, por ejemplo, de lo sucedido en Bangladés en 1974, cuando Sen comprobó que la hambruna de aquel país había sido debida a las inundaciones que tuvieron como consecuencia la subida explosiva del precio de los alimentos, mientras que los obreros agrícolas perdían en masa su trabajo. Angus Deaton siguió en los últimos años los pasos de Sen, aunque con perspectivas distintas, cambiando sus enfoques económicos anteriores.
Ya que durante los años 70 Deaton fue un economista al uso, dedicado a temas econométricos, y no fue hasta el decenio siguiente cuando entró a estudiar los problemas del bienestar de los hogares en diversas partes del mundo. De hecho, conjuntamente con el economista español, Javier Ruiz-Castillo, publicó en 1989 un primer artículo sobre la influencia de la composición de los hogares en sus pautas de consumo aplicado al caso español. Un trabajo que quizás fue lo que conectó a Deaton con España; siendo reconocida su trayectoria años después con el premio BBVA Fronteras del Conocimiento en Economía, Finanzas y Gestión de Empresas (2011) por sus métodos de medición de la pobreza utilizando el consumo per cápita como eje esencial de medida del bienestar. Unos trabajos que había comenzado en los años 80, para ser su ocupación científica en los años 1990 y posteriores.
En 2013 Deaton publicó The Great Escape, un libro que refiere los grandes avances en la salud y el bienestar de la humanidad en los últimos 250 años. La gente es hoy más sana, tiene más recursos y vive más tiempo. Todo ello fruto de la innovación, los progresos médicos y, también, del crecimiento económico, que ha transformado poblaciones enteras, llegando según su apreciación a mejorar ostensiblemente la vida de más de 1.000 millones de personas.
Sin embargo, con todo, la ayuda internacional sigue siendo hoy poco efectiva y siguen existiendo crecientes restricciones al comercio, además de enormes diferencias y desigualdades, con una progresiva acumulación de riqueza en un selecto grupo de la población mundial. Sirva el dato de que, sin necesidad de apelar a Deaton ni a Piketty, según el informe Global Private Banking Survey 2013. Capturing the new generation of clients, de la consultora McKinsey, la riqueza de los más ricos alcanzó, en 2013, un valor de 60 billones (millones de millones) de dólares, algo así como el 86% del PIB nominal global en ese año, con una proyección para 2016 de llegar a los 80 billones de dólares, que estarán repartidos entre 16 millones de personas. Lo cual, en un mundo que superará con creces los 7.000 millones de personas, representa un enorme desajuste social.
La pobreza decrece
Unos datos que pueden contrastarse con otros para llegar a similares conclusiones. Pues si bien la pobreza mundial, medida en términos de ingresos de un dólar y medio diario, ha decrecido de forma exponencial, no es menos cierto que las desigualdades han aumentado en casi todos los países del mundo. Basta ver el índice GINI que mide la desigualdad a partir de la forma en que los ingresos de las familias se separan de una distribución perfectamente equitativa, compararlo con el crecimiento del PIB per cápita, o el propio crecimiento del PIB nominal, para constatar que la riqueza no se reparte en absoluto de forma equitativa.
En Asia, por ejemplo, China creció, entre 1985 y 2012, el PIB nominal en un 2.660% y el PIB per cápita en un 2.100%, mientras que la desigualdad creció a su vez un 24%. O también, Indonesia, por poner otro ejemplo, que creció, el PIB en más del 1.000 por cien y el PIB per cápita más del 200 por cien, en ese mismo período, mientras que aumentó la desigualdad un 30%. Menos pobres, eso sí, pero muy lejos de los estándares de vida de un grupo muy reducido de personas.
Esto mismo se puede comprobar con la vista puesta en los países desarrollados, o también en otras zonas del mundo. Valgan como ejemplo Estados Unidos y España. Entre 1985 y 2012, Estados Unidos aumentó su PIB en un 244% y su PIB per cápita un 153%. La desigualdad, por su parte, creció el 11%. Una desigualdad que creció el 10,8% en España, mientras que el PIB y el PIB per cápita crecieron, respectivamente, el 168 y el 123% en tal período. Mucho queda aún que hacer en este campo, que no es responsabilidad de los economistas sino de aquellos que gestionan la política económica.