El acuerdo ultimado in extremis en Estados Unidos, por el cual se elevaría el techo de endeudamiento que el Congreso permite al Gobierno federal, no ha satisfecho en absoluto a los mercados, que ayer veían cómo se incendiaban los parqués.
Si bien el consenso entre republicanos y demócratas evitaría que hoy incurriese en impago técnico la principal economía del mundo, no ahuyenta una bajada del rating ni tranquiliza respecto a las serias dificultades presupuestarias que afronta EEUU.
El plan conlleva una elevación del tope de deuda en un mínimo de 2,1 billones de dólares y una reducción del déficit en al menos 2,5 billones durante los próximos 10 años, cifras insuficientes para conjurar una rebaja de calificación, según advertía recientemente S&P.
Además, varios extremos están pendientes de su ratificación parlamentaria posterior, como sucede con la letra pequeña y los flecos surgidos del borrador europeo tras la cumbre del pasado 21 de julio. Es decir, ad calendas graecas quedan esos trámites... y al mercado se le agota la paciencia: teme demasiado por una recesión mundial de segunda vuelta porque se confabulan demasiados ingredientes para ese cóctel.
Acuerdos efectistas, no efectivos
Así pues, la negativa acogida de las bolsas no hace sino reproducir y amplificar el esquema vivido hace días con la solución del Eurogrupo para el segundo rescate griego.
A los primeros atisbos de esperanza les sucede un desplome porque los mercados captan que lo anunciado tiene más de efectismo que de efectividad, que los detalles están por trabajar y que las medidas son insuficientes ante un fuerte vaivén. Y es que los inversores identifican a ambos lados del Atlántico y en sendos acuerdos las mismas fugas.
Se trata en los dos casos de conclusiones pactistas, de pose, vendidas de cara a la galería para apaciguar los ánimos, pero al rascar en su contenido no se aprecia que puedan resolver los problemas de fondo y mucho menos con agilidad.
En el caso europeo, lo único que se hace es seguir prestando a Grecia para que lo devuelva bajo nuevas condiciones, pero no se ha arbitrado ninguna medida que evite un contagio de la crisis periférica. En EEUU, los datos macro no son alentadores y con toda seguridad se ciernen ajustes fiscales, lo que hace temer por una recaída que, unida a los sustos que pueden venir de la eurozona, precipitara a la economía mundial en un nuevo episodio recesivo y de los de peor especie.
La evidencia ha demostrado antes que las crisis financieras que derivan en recesión y envuelven a los Gobiernos en una espiral de endeudamiento terminan alimentando una anemia económica más grave y duradera. Y los mercados piensan que esta vez no tiene por qué ser diferente. Nada hay hasta la fecha que les infunda la confianza para descartar esa hipótesis que sumiría de nuevo a la economía global en la atonía.
¿Y en España?
En lo que atañe a la economía española, desde luego, el mercado habla todavía más claro. El Ibex sufrió ayer la mayor caída en 13 meses, del 3,24 por ciento, anotándose un desolador mínimo anual en los 9.318 puntos, mientras el bono repuntaba al 6,20 por ciento y la prima de riesgo a los 374 puntos. Algo que nos coloca cada vez más cerca de los umbrales que llevaron al rescate a otros países de la zona euro.
España huele a riesgo, y eso se paga en coste de financiación y en desconfianza. Caminamos sobre el filo de la navaja tras años de cuasi-inacción gubernamental ante la crisis y estamos en el ojo del huracán periférico, junto con Italia.
Desde fuera, no ayudan las circunstancias de la economía mundial, que otras veces nos han llevado en andas. Nos aguardan momentos difíciles y son necesarias duras medidas. Se avecinan ajustes.