
En medio del éxodo de empresas que Cataluña sufre, Grifols destaca como un caso inusual. Es la única firma catalana que cotiza en el Ibex 35 que no mudó ni su domicilio fiscal ni social. Un análisis superficial llevaría a concluir que el sector farmacéutico, que representa el 7% del PIB de esa autonomía, se siente más seguro en medio de la incertidumbre creada por la deriva secesionista. No es ésa la realidad.
Empresas como Oryzon o Indukern sí han hecho las maletas. En paralelo, multinacionales como Bayer o Boehringer tienen ya preparados sus planes de salida. El caso de Grifols se explica por otras razones.
Resulta fundamental la circunstancia de que es el único suministrador autorizado de la sangre procesada que se usa en el tratamiento de enfermos en hospitales de todas las autonomías. Gran parte de su negocio, por tanto, radica en abastecer a clientes institucionales como los gobiernos regionales de toda España.
De este modo, no se enfrenta a la vulnerabilidad que sufren otro tipo de empresas, como los bancos, que trabajan para miles de particulares entre los que puede cundir el pánico. También influye el hecho de que la práctica totalidad del plasma sanguíneo con el que trabaja lo obtiene en el exterior, en EEUU.
Pero, sin duda, lo realmente decisivo es el hecho de que el negocio de Grifols goza de una estabilidad inusual gracias a la seguridad que le brinda trabajar, en régimen cercano al monopolio por su eficiencia, con las instituciones. Todo apunta a que Grifols se vale de ese privilegio, no sólo para permanecer en Cataluña sino también para permitirse brindar apoyo al independentismo, pese a los perjuicios que este fenómeno ha causado a la economía catalana y española.