
Esta semana quedó claro que la interinidad en España carece aún de final claro. El Rey encomendó a Pedro Sánchez la tarea de formar Gobierno y el líder socialista se dio, como mínimo, un mes para recabar unos apoyos que se antojan muy difíciles.
El panorama es incierto, pero los expertos destacan que la economía cuenta con estímulos para resistir varios meses. Juegan a favor factores internos, como la inercia de un PIB que en 2015 alcanzó velocidad de crucero (3,2 por ciento); a ello se suman unos Presupuestos aprobados que garantizan iniciativas como las nuevas bajadas de impuestos. También resultan claves circunstancias externas como el programa de compras masivas de deuda pública que el BCE lleva a cabo, el cual sujeta la prima de riesgo. Los persistentes mínimos del crudo son igualmente una buena noticia para un país tan dependiente energéticamente. Ahora bien, sería ingenuo negar que una larga interinidad acabará pesando, probablemente a partir del verano, en las decisiones de inversores y consumidores. Aún mayor será el efecto si la incertidumbre se cierra en falso con la formación de un Gobierno del PSOE con Podemos, tal y como ya dan por hecho en el entorno de Sánchez. Es cierto que cualquier Ejecutivo tiene un margen de acción muy limitado por Bruselas, pero la experiencia de elevación de gasto e indisciplina de pagos que ambos partidos acumulan ya en los Ejecutivos regionales impide ser optimistas. Virajes así en política económica son lo último que España necesitaría en un contexto internacional que empeora hasta el punto de que vuelve a especularse con la posibilidad de una recesión global. La actual incertidumbre política entraña, por tanto, unos riesgos que no deben minusvalorarse.