
Las nacionalidades y los gentilicios son muy usados en gastronomía para dar apellido a muchos platos. Sobran ejemplos. Callos a la madrileña, filetes a la milanesa, calamares a la romana, tortilla española? La economía ha adoptado la misma técnica, aunque en este caso el afortunado seguro que no luce con orgullo ese privilegio.
Se trata de Japón, que ha servido en bandeja el concepto deflación a la japonesa después de llevar más de una década luchando contra la deflación o caída general de los precios.
El problema es que, en la actualidad, esa amenaza pretende cambiar de apellido y convertirse en deflación a la estadounidense. Es lo que teme la Reserva Federal (Fed), el banco central norteamericano. Primero con palabras, como las pronunciadas a finales de julio por James Bullard, presidente de uno de los 12 bancos del distrito de la institución, cuando afirmó que la mayor economía del mundo "está más cerca que nunca" de padecer una caída de los precios al estilo de Japón.
Y segundo con hechos, como los emprendidos el pasado martes. Ese día, la Fed comunicó que volverá a comprar deuda pública, como ya hizo en 2009, con el propósito de estimular la alicaída recuperación económica, cuya reciente desaceleración contiene en sus entrañas el germen deflacionista.
"Mejor prevenir que curar"
Aunque en el comunicado en el que anunció esa medida no mencionó explícitamente la palabra deflación, tampoco hizo falta. Se leía entre líneas y la adopción de esa iniciativa hablaba por sí misma. Es más, delata al presidente de la Fed, Ben Bernanke. En noviembre de 2002, cuando formaba parte de la Junta de Gobernadores de la institución pero aún no la comandaba, pronunció un discurso que la actualidad se ha encargado de refrescar. Titulado Deflación: asegurándonos de que eso no pase aquí, expuso su recetario para que ese peligro se asentara en territorio norteamericano, un temor que también existía entonces tras los efectos del pinchazo de la burbuja tecnológica y el shock provocado por los atentados de las Torres Gemelas.
En esa disertación dejó claro su punto de vista, consistente en que "más vale prevenir la deflación que curarla". Y confesó que su medida preventiva preferida, una vez que los tipos de interés hubieran llegado al 0%, consistía en comprar deuda pública. Es decir, justo lo que ha decidido la Fed esta semana, tal como había hecho ya durante el año pasado, después de que no le queda más munición convencional, puesto que el precio oficial del dinero se encuentra entre el 0 y el 0,25% desde 2008.
"La medida adicional adoptada esta semana está diseñada para neutralizar en parte la amenaza de una caída de los precios", subrayan los expertos de Citi. Esa precaución se produce en un momento en el que los precios, aunque siguen en positivo, apuntan malas intenciones. Así, la medida de inflación más seguida por la Fed -el consumo personal subyacente (PCE core)- descendió en junio desde un 1,5 hasta un 1,4% interanual, el nivel más bajo desde septiembre.
Más peligrosa que la inflación
Pero, ¿por qué asusta tanto la deflación? Por muchas causas. La primera, que manda un estímulo negativo al consumo. En cuanto los ciudadanos perciben que los precios están cayendo, y lo seguirán haciendo, posponen sus compras, una reacción que agrava los problemas económicos al reducir los beneficios empresariales y debilitar las condiciones para crear empleo.
La segunda, que la deflación perjudica a las personas y empresas que tienen deudas contraídas, del mismo modo que la inflación les beneficia. ¿Por qué es así? Porque la caída de los precios lleva aparejada un descenso de los salarios y los beneficios. Así, por ejemplo, si una persona gana 1.000 euros al mes y debe pagar una cuota hipotecaria de 500 euros, destina el 50% del sueldo a pagarla. Si, por culpa de la deflación, su salario se recorta a 900 euros, la carga hipotecaria ascendería al 55,5% de su nómina.
Un tercer efecto es indirecto. Consiste en que las armas para luchar contra la deflación son menos efectivas que las empleadas para derrotar la inflación. "Es mucho más fácil luchar contra la subida de los precios que contra su caída", confirman desde Credit Suisse. En efecto, un aumento de los tipos de interés retira inmediatamente dinero del bolsillo de los ciudadanos, y dinero que no se tiene, no se puede destinar a consumo, con lo que los precios se moderan.
En cambio, bajar los intereses y otras medidas que persiguen poner más billetes en la cartera de los ciudadanos no garantizan que éstos conviertan ese dinero en consumo de forma automática. Esa decisión les compete a ellos, y si no lo gastan, los instrumentos antideflación no logran su meta. Pero, ¿por qué no van a consumir más si tienen más dinero? Por dos razones principales: o porque en el futuro ese dinero les cundirá más, una vez que los precios desciendan, o porque se lo guardan para pagar sus deudas.
El 'laboratorio' japonés
Estas dificultades son bien conocidas en Japón, donde los esfuerzos de las autoridades han sido baldíos. Los tipos llevan en torno al 0% desde finales de los 90, una medida que el Banco de Japón ha acompañado de otras, como suministrar dinero a los bancos para tratar de reactivar el crédito o comprar deuda pública, sin que ello haya servido para resucitar la inflación. ¿Qué falló? "Creemos que las iniciativas expansivas no funcionaron porque se adoptaron muy tarde -las ejecutaron cuatro años después de que la deflación comenzara- y no fueron suficientemente duras", valoran desde Credit Suisse. Tampoco ha acompañado la fortuna, puesto que justo cuando los precios comenzaban a repuntar, la crisis desatada en 2007 arruinó la recuperación.
Semejante escenario es el que preocupa a Bernanke... y a Wall Street, porque la Bolsa de Tokio ha sufrido su correspondiente castigo. Desde 1998, cuando el retroceso de los precios empezó, el Nikkei 225, el índice de referencia del parqué japonés, acumula un descenso del 40%. No hay otro indicador, entre los principales del mundo, que muestre un balance peor. En el mismo periodo, el Dow Jones estadounidense ha subido un 31%; el Ibex 35 español, un 43%; y el Hang Seng, un 96%.
Acotando el terreno a los fondos que invierten en renta variable japonesa, estadounidense y europea, la primera también sale perdiendo. El descenso medio anual de esos productos asciende al 6,9% desde el año 2000, cuando los retrocesos anuales de los estadounidenses y europeos se sitúan en el 5,1 y el 3,3%, respectivamente. Un último dato. Sólo uno de los 196 fondos comercializados en España, el AXA Rosenberg Japan Sm Cp Alpha A JPY, logra un promedio anual positivo en el balance de la última década. Así se las gasta la deflación.