
Resulta que Silvio Berlusconi nunca llegó a marcharse de ese "país de mierda" que le daba tantas ganas de vomitar, sino que además volverá a tener un papel protagonista en su futuro por voluntad popular. Y parece que la pelota vuelve a estar en el tejado de Alemania, que tiene que decidir si la Eurozona entra en una nueva era. Y para ello tiene que decidir si flexibiliza sus posturas, si acepta un cambio de roles en el BCE o ambas cosas a la vez.
Porque una cosa es evidente, y es que el resultado de las elecciones de Italia puede reabrir viejas heridas en la Eurozona por mucho que Bruselas oculte su preocupación.
"No, no estamos inquietos. Tenemos confianza en la democracia italiana", ha dicho el portavoz del Ejecutivo comunitario, Olivier Bailly, sobre el resultado de unas elecciones que dejan al país al borde de la ingobernabilidad y que castigan con dureza a su candidato Mario Monti, el tecnócrata que ha dirigido la reciente política de ajustes del país sin haber pasado por las urnas.
La Comisión Europea ha negado que esté inquieta y ha expresado su "plena confianza" en la capacidad del país para formar Gobierno rápidamente y cumplir con los ajustes prometidos. Esos mismos ajustes que los italianos, libres y soberanos, han rechazo en las urnas.
Quien sí se ha mostrado claro y contundente, por aquello de arrimar el ascua a su sardina, ha sido el ministro de Finanzas francés, Pierre Moscovici, que ha reconocido que la situación es preocupante. La postura de Francia, de capa caída en lo económico y con pocas perspectivas de mejora, está clara: el ajuste tiene que ir acompañado de medidas que fomenten el crecimiento.
El BCE vuelve a centrar las miradas
¿Y Merkel, qué opina de todo esto? Pues dice que Italia "sabrá encontrar su camino" pero poco más. Berlín se muestra discreta ante la nueva pesadilla política que se le viene encima, porque es probable que salgan a la palestra algunos temas que fueron convenientemente enterrados por la intervención del BCE en los mercados de deuda. De hecho, hay que recordar que la calma de los últimos meses no ha tenido su origen en acuerdos políticos sino en las actuaciones de Mario Draghi.
Puede que se haya vuelto a escuchar en Alemania aquello de "no habrá deuda conjunta en la Eurozona mientras yo viva", pero lo cierto es que cada vez hay menos lugares donde esconderse porque llega el momento de alcanzar un compromiso final. Y eso va también por Italia y los países que, como España, tienen unos niveles de fraude y corrupción política que son insoportables y que en parte están respaldados por los ciudadanos en las urnas.
Seguro que las risas y las bromas de mal gusto de Il Cavaliere han vuelto a resonar en la cabeza de Angela Merkel, que por simple orgullo y por interés electoral debería mostrarse inflexible con los países díscolos. Sin embargo, la canciller tendrá que reinventarse si quiere encontrar una solución que permita apagar el fuego en Italia, que amenaza con extenderse, y ganar las elecciones sin traicionar a sus votantes.
Ahí es donde entraría en juego el BCE, que podría abandonar definitivamente su ortodoxia y lanzarse a imprimir mucho más dinero del que ha fabricado hasta la fecha mediante las compras de bonos. Un programa de expansión monetaria más allá de las inyecciones a los bancos y una forma de financiar a los Estados con la máquina de imprimir, lo que ahora está prohibido por ley. Merkel va a tener que hablar mucho con el Bundesbank y vender muy bien la operación en su mercado doméstico, pero al menos evitaría hablar del temido eurobono a estos efectos y de la colectivización de la deuda.
Sin embargo, una medida así también supondría repartir el riesgo entre todos los contribuyentes de la Eurozona en forma de inflación y de otros efectos derivados.