
La Europa que alumbró el Siglo de las Luces, la Ilustración y los Derechos Humanos se ha esfumado ante la aceptación acrítica de dos aspectos del mito europeo: la UE y la Eurozona.
En los noventa la población europea fue, en mayor o menor grado, abducida por un discurso de fortísimo componente mesiánico, la construcción europea según el modelo Maastricht. Desde entonces acá todos y cada uno de los contenidos y atributos de aquél proyecto o se han olvidado o simplemente se ha desmontado por la acción de los llamados mercados y sus colaboradores: los gobiernos nacionales.
Un rosario de cuentos
Suenan a sarcasmo la unidad política, la fiscalidad común, el presupuesto mínimo para funcionar con una mínima cohesión, la Carta Social Europea y un largo etcétera de cuentas de aquél rosario de cuentos. Las evidencias de la situación presente me excusan de mayor apelación a la memoria. Lo que resulta imperdonable y escandaloso es el silencio impuesto por los poderes financieros, y compartido de buen grado por los ejecutivos y los formadores de opinión alineados ad hoc. El tabú en el que se ha convertido el tema europeo se asemeja a la intangibilidad de cualquier dogma. A lo más que se atreven es a repetir enunciados de carácter académico.
Así se afirma que España no puede rechazar una integración europea que se constituye, por el mero hecho de su formulación, en un bien absoluto. Todo lo que vaya en contra del proyecto sería condenarnos a la marginalidad y a la vuelta a lidiar con los "demonios familiares" que diría el dictador. Pero es el caso que el desempleo apenas se reduce, las expectativas de mejora según el Gobierno, no dejan de ser lugares comunes y la troika sigue demandando más sacrificios.
Para mayor calvario hemos soportado un cambio constitucional muy oneroso para la mayoría ciudadana. ¿A qué tanto miedo? ¿A qué esperan para debatir? ¿Qué tipo de democracia es ésta? ¿Tienen conciencia exacta de lo que está pasando?