
Varios hechos demostraron ayer hasta qué punto son ya hondos los efectos que provoca un petróleo en mínimos. En EEUU, el gigante Exxon Mobil reconoció que en 2015 su beneficio se redujo a la mitad (14.780 millones de euros) con respecto a 2014. Al otro lado del Atlántico, British Petroleum (BP) presentó sus peores resultados en dos décadas. En consecuencia, BP, junto a sus homólogas de otros países europeos (incluida Repsol), tienen su calificación crediticia en revisión por parte de Standard & Poor's, a la espera de posibles bajadas.
Los mercados ya temen que un deterioro tan intenso en el sector petrolero tenga impacto en otros ámbitos y ese miedo provocó descensos en los parqués europeos. Ante la perspectiva de posibles impagos a la banca, el CAC francés cayó un 2,47%, ya que sus entidades están especialmente expuestas a ese riesgo, mientras que el Ibex 35 (uno de los índices más bancarizados del Continente) bajó un 2,96%, hasta los 8.528 puntos.
Fue una caída notable que, sin embargo, no bastó para romper el soporte de los 8.400 puntos, ni siquiera para aproximarse a él, por lo que no debe exagerarse. Lo único que ayer quedó claro es que los mercados se encuentran a merced de un factor, la evolución del precio del crudo y de los sectores afines, que se caracteriza por su enorme inestabilidad.
Ésta va a persistir, en la medida en que no se vislumbran cambios capaces de reducir la oferta de crudo; incluso los rumores sobre un posible acuerdo entre Arabia Saudí y Rusia para recortes de producción se han desinflado. En estas circunstancias, lo ocurrido ayer tiene que considerarse otro día marcado por la tónica de nerviosismo que todavía domina en los mercados, nacida de la alta volatilidad.