
El Supremo británico dará su dictamen sobre el Brexit el 24 de enero. Theresa May ha aniquilado su reputación de política vacilante y ambigua con un plan para el Brexit que amenaza con desencadenar una guerra fiscal si la Unión Europea decide "castigar" a Reino Unido por abandonar el bloque. Por su parte, Boris Johnson ha asegurado que hay países que "hacen fila" para negociar con Reino Unido.
Tras meses de especulaciones, la primera ministra confirmó ayer el secreto a voces de su determinación a abandonar íntegramente el mercado único, para el que, en el futuro, tan solo aspira al "mayor acceso posible", pero dejó la puerta abierta a una fórmula mixta para la unión de tarifas, así como a acuerdos transitorios una vez completado el plazo de dos años de negociación de la ruptura, con el objetivo de "evitar un inquietante filo del abismo".
Su primera y, según ha avanzado Downing Street, definitiva concreción de su estrategia decanta la balanza a favor del frente que apostaba por un divorcio duro. Su propia retórica fue inusitadamente severa para una dirigente alérgica a dar titulares, sobre todo en el mensaje a Bruselas: Londres prefiere quedar sin acuerdo antes que aceptar términos que no le convengan.
Declara la guerra fiscal
Llegó incluso a amenazar con "cambiar los cimientos del modelo económico británico" mediante una pugna de impuestos a la baja para "atraer a las mejores compañías y a los más grandes inversores", en caso de que Reino Unido sea excluido del mercado común, una sugerencia que había avanzado ya su ministro del Tesoro.
Su ambición es mantener los intercambios comerciales con el continente, pero, a la vez, "ser libre para cerrar acuerdos por todo el mundo", disfrutando del margen para establecer "tramos fiscales competitivos" e implementar "políticas" que ejerzan de imán empresarial y de capital.
Por ello, instó a la UE a evitar un "funesto acto de autolesión", mostrando flexibilidad para establecer un "pormenorizado acuerdo de libre comercio" que funcione "recíprocamente", o lo que es lo mismo, que permita el máximo acceso posible al mercado único al futuro ex socio.
Así, desde el mismo escenario donde Margaret Thatcher había vendido hace casi tres décadas las beldades del fin de las fronteras comerciales, May se deshizo de la sombra de la Dama de Hierro con una apuesta que pone en jaque la unión británica: Escocia ya ha avanzado que la salida del mercado común hace "más probable" una segunda votación de independencia.
Las dos cámaras del Parlamento, con todo, tendrán la última palabra sobre el acuerdo final pactado con la UE, si bien el Número 10 ha aclarado que no habrá marcha atrás en el Brexit, ni renegociación: si lo rechazan, Reino Unido deberá afrontar el "precipicio" y operar al amparo de la Organización Mundial de Comercio (OMC).
Numerosas incógnitas
De momento, permanecen las incógnitas acerca de su intención de mantener elementos de la actual pertenencia a la unión de tarifas, o cómo Reino Unido prevé controlar la inmigración, un aspecto para el que el discurso de May no ofreció pista alguna. Su aspiración es garantizar los derechos de los europeos residentes en Reino Unido y el de los británicos en suelo continental, pero "uno o dos miembros" están bloqueando el acuerdo.
En lo que respecta al movimiento de bienes, dijo querer un sistema "con las menores fricciones posibles", que le permita establecer sus propios pactos con otros países, pero que, a la vez, facilite un convenio con la UE, ya sea como miembro asociado, o caso por caso.
Mientras, los mercados esperaban con ansiedad las coordenadas dadas por May. En conversación con elEconomista en el Foro Económico Mundial, en Davos, el economista jefe y vicepresidente Ejecutivo de Standard and Poor's, Paul Sheard, destacó ayer que "lo que todo el mundo busca es, más que ninguna cosa, un sentido de que tiene la situación controlada", informa Jorge Valero desde Davos. Aunque en este momento opinó que "no es necesario" entrar en los detalles de su plan para la negociación, Londres debía proyectar "confianza".
Esta falta de dirección también era echada en falta por la poderosa City. El presidente de HSBC, Douglas Flint, advirtió en un desayuno antes del discurso de May que "cuanto antes se conozca la dirección, antes podrán los bancos y las empresas tomar decisiones y ajustarse".
Advirtió sobre la disyuntiva que se abrirá una vez empiecen a reflexionar los actores financieros sobre sus sedes. Si algunas entidades abandonan Londres, "¿se terminará con un sistema financiero fragmentado o forzará al resto del sistema a mudarse a otro lugar también?", se preguntó.
Entre las ciudades candidatas para ser el nuevo centro financiero global, señaló a Nueva York y Hong Kong como centros con la infraestructura necesaria disponible.