
Reino Unido ha arrancado el año en que se prevé la activación oficial del Brexit inmerso en un terremoto político que evidencia la ausencia de una estrategia para el divorcio de la Unión Europea. A la espera de la decisión del Tribunal Supremo que determinará a quién le compete pulsar el botón de salida, si al Gobierno o al Parlamento, la dimisión del embajador británico ante Bruselas la semana pasada no sólo ha confirmado las sospechas, cada vez más extendidas, sobre la escasez de voces autorizadas para el que está considerado como uno de los procesos más complejos de la historia moderna, sino que ha puesto de manifiesto la peligrosa incomodidad del Gobierno con las voces discordantes. May asegura que presentará una estrategia para el 'Brexit' en "cuestión de semanas".
El diplomático Ivan Rogers llevaba en la línea de fuego desde que el pasado mes de diciembre trascendiesen las advertencias transmitidas a la guardia pretoriana de Theresa May sobre las dificultades que supondrán, entre otras cuestiones, la consecución de un acuerdo comercial con la UE. El optimismo vendido por el núcleo duro del Ejecutivo, que mantiene que la negociación debería quedar resuelta en el plazo de dos años establecido por el Artículo 50 del Tratado de Lisboa, contrastaba con la década que, en opinión de su representante ante los Veintiocho, podría llevar tan sólo la parte ligada al mercado común.
De ahí que su presencia contrariase en un Gabinete dividido y que su dimisión, diez meses antes de que expirase su mandato, se haya convertido en dinamita para un Ejecutivo al que se le acaba el tiempo. El plazo teórico para activar oficialmente la ruptura expira en el mes de marzo y, según ha dejado patente la incendiaria carta de dimisión de Ivan Rogers, de momento los "objetivos" del Número 10 continúan sin estar claros.
Brecha en el Gobierno
Si bien en las próximas semanas May tiene prevista la que se ha anunciado como una intervención "de perfil alto" en materia de Brexit, la brecha entre sus ministros más eurófobos y los altos funcionarios y el cuerpo diplomático muestra que los contenidos del discurso están por decidir.
La connivencia hacia la reticencia inicial de la primera ministra a facilitar información ha tornado en un enfrentamiento abierto con un sector reformado en el siglo XIX precisamente para garantizar la neutralidad política y la independencia del servicio público.
La marcha del representante ante Bruselas se considera la primera vez que un embajador renuncia por el malestar que su consejo provocaba en Downing Street. Pero lo peor es que su crítica a la "confusión" en torno al Brexit revela que, a prácticamente semanas de iniciar la travesía de salida, el Gobierno carece de las mínimas coordenadas para la ruta más decisiva acometida en tiempos de paz.
Temor e inmovilismo
Los desacuerdos en los apenas seis meses que May lleva en el poder evidencian la creciente preocupación ante la incapacidad de parte del Ejecutivo de admitir, o peor incluso, entender, el tamaño del desafío que Reino Unido tiene por delante. El temor a revelar una cierta vulnerabilidad en la siempre correosa arena política y la consciencia de que el Gobierno se jugará la reelección, a priori, cuando haya transcurrido apenas un año de la completación del Brexit hacen de cualquier anticipo un arma de doble filo.
No en vano, las dos únicas promesas que May ha garantizado públicamente, es decir, la renuncia a la jurisdicción de los tribunales comunitarios y la recuperación del control sobre la inmigración, implicarán un alto precio, no sólo porque la premier tiene una campaña electoral en el horizonte, sino porque, para evitar un efecto contagio, la Unión Europea tiene la determinación de asegurar que la salida no resulta más ventajosa para su socio más reticente.