Banca y finanzas

Los estímulos del BCE tardarán hasta un año en notarse en la economía real

Mario Draghi. Foto: Archivo

La nueva estrategia llega con retraso ante la urgencia económica, lo que le restará efectividad. La Unión Monetaria aún se muestra dividida a la hora de atacar la deflación y el parón del PIB.

Nadie como el Banco Central Europeo (BCE), y su presidente Mario Draghi a la cabeza, para revitalizar a las bolsas europeas (esta semana, ayudado, además, por el alto el fuego en Ucrania). Sin embargo, conviene no dejarse cegar por el dinamismo y la capacidad de reacción que caracteriza a los mercados financieros. Aunque el BCE esté haciendo historia en cuanto a contundencia y audacia en sus decisiones, lo cierto es que la política monetaria sigue funcionando como siempre lo ha hecho, y sus mecanismos nunca han dejado de ser lentos.

En otras palabras, aun cuando los nuevos estímulos anunciados esta semana por la institución están ya todos en marcha (la compra de deuda bancaria no se demorará más allá de octubre), los expertos coinciden en que serán necesarios otros seis meses, o incluso un año completo, para que familias y empresas noten sus efectos.

Y todo ello descontando que los agentes económicos a los que apuntan directamente estas acciones, que no son otros que los bancos, actúen realmente como se espera. Dicho de otro modo, en sus manos sigue quedando la decisión de desatrancar el crédito y alimentar con él el crecimiento.

De momento, la experiencia demuestra que no hay lugar para ser ingenuos. Los mercados europeos, y dentro de ellos los bancos, nadan en liquidez desde hace meses y, sin embargo, en países como España se sigue contrayendo la oferta de financiación y, a escala de toda la unión, aún sigue siendo tentador hacer carry-trade, esto es, tomar el dinero que el BCE ya casi regala, pero no para derivarlo a la economía real, sino a la mucho más cómoda operación de comprar deuda a unos Estados que, ahogados por sus déficit públicos, siguen emitiéndola a espuertas.

La Unión Monetaria se encuentra, por tanto, ante estímulos cuyo éxito es imposible garantizar y que además son de tempo lento. El problema estriba en que cada día cuenta en una Unión Monetaria cuya economía se encuentra acorralada por el estancamiento del PIB y por una caída de precios de consumo que, si aún no es deflación, cada vez se le parece más. Por ello, las decisiones del último Consejo de Gobierno, lejos de despertar euforia, deberían también mover a hacer preguntas y cuestionamientos.

¿No se ha tardado mucho?

La crisis no ha dejado de demostrar desde su nacimiento en 2007 que todo lo que parecía política y económicamente imposible sólo unos pocos años antes puede suceder: desde el hundimiento de la banca de inversión estadounidense hasta la desaparición del euro (que no ha ocurrido por poco). Unos tipos de interés de la zona del euro en el 0,05 por ciento o un programa de compra de activos bancarios que puede llegar a los 500.000 millones de euros pertenecen también a esa clase de imposibles que, de repente, se han materializado. ¿No podían haberlo hecho antes?

Desde luego, si cabe temer seriamente que la ofensiva de Draghi todavía se quede a medio gas, se debe a la temeridad, no sólo del banco central sino de las instituciones de la Unión Monetaria en su conjunto, de haber esperado a que asome en las cercanías un peligro de las dimensiones de la deflación para empezar a actuar.

El nivel de precios de una economía puede asemejarse a la temperatura de un cuerpo y el objetivo por el que el BCE vela (un IPC siempre cercano pero inferior al 2 por ciento) tendría su equivalente en los 36 grados de un cuerpo sano. Siguiendo con el símil, la actuación no ha llegado hasta que el enfermo, la zona del euro, ha estado completamente hipotérmico.

Japón es el ejemplo vivo de lo que un médico demasiado confiado puede provocar: su banco central ha ido mucho más lejos que el BCE, con varias rondas de expansión cuantitativa (las quantitative easing o, familiarmente, QE) y ha creado su propia manera de maridar estímulos monetarios y fiscales, en la estrategia conocida como Abenomics. Nada ha servido para sacar al país de su estancamiento.

Alemania todavía se revuelve

No sería justo cargar las tintas por el exceso de inactividad a Draghi en exclusiva. Esta semana, ha vuelto a quedar patente hasta qué punto sigue siendo en la Unión Monetaria una lucha decidirse por una acción. Con el IPC armonizado de la zona del euro en el 0,3 por ciento (en negativo en varios países), a lo que se suma la contracción económica de Alemania e Italia y el parón de Francia, la decisión de volver a bajar los tipos de interés no se tomó por unanimidad en la última reunión del Consejo de Gobierno. Las actas de estos encuentros no se empezarán a publicar hasta 2015, pero es evidente que el representante del Bundesbank (acompañado por algún que otro colega del norte de Europa) se opuso a la decisión. Siguen estando obsesionados con la posibilidad de que al paciente le suba la fiebre.

Draghi marca distancias

Y aun así, Draghi anunció la reducción de tipos. Las tasas ya estaban tan bajas, 0,15 por ciento, que la decisión de este mes tiene poquísimo recorrido en cuanto a efectos sobre las familias y las empresas, ni siquiera en los intereses de las hipotecas. Con todo, el valor simbólico de la acción del banquero central es de gran importancia.

Con un movimiento así, que deja completamente agotada la vía de la política monetaria convencional, el banquero central demuestra que va ganando autonomía con respecto a las directrices alemanas, Además, pone de manifiesto que lo que dijo en el cónclave de banqueros centrales de Jackson Hole no era una bravata. Muy al contrario, puede que esté desbrozando una tercera vía que desbloquee el tedioso debate entre partidarios de los estímulos fiscales y los adalides de la austeridad en las cuentas públicas. Sin abandonar las reformas, defiende Draghi, resulta cada vez más urgente echar mano de la inversión pública, de una manera coordinada, a escala europea.

Con una carta aún en la manga

Y por si ese improbable equilibrio no se da, y lo hecho hasta ahora no sirve, el BCE todavía se guarda un as en la manga o, mejor dicho, toda una baraja que es la que se pone sobre el tapete cuando se despliega una estrategia de expansión cuantitativa o quantitative easing.

Es un programa de compra masiva de deuda pública que excede en ambición a todo lo que ha puesto en marcha el BCE hasta ahora. Las famosas TLTRO que nacieron en junio pasado no dejan de ser préstamos destinados a la banca, aunque sean cuantiosos (pueden liberarse hasta 400.000 millones en las dos subastas que tendrán lugar) y estén condicionados a que se usen para conceder préstamos.

Lo anunciado esta semana sí que es un programa de compra de activos, pero sigue centrado en el sector bancario, en la medida en que su objetivo es liberar de riesgo los balances de las entidades financieras. Así, podrán colocarle al BCE activos cuyo valor depende de los créditos que conceden a empresas y ciudadanos, incluidas las cédulas que están respaldadas por hipotecas.

Credibilidad ante el 'QE'

El QE europeo sigue pendiente, por lo tanto, pero, después de lo hablado en Jackson Hole en agosto y de lo decidido en Fráncfort esta semana, sin duda, Draghi ha ganado credibilidad y nadie debería dudar de que es posible que el BCE actúe a la manera de la Reserva Federal (Fed) estadounidense, pese a los problemas políticos que se plantearían a este lado del Atlántico, y siempre sin perder de vista que ambas instituciones tienen unos mandatos, y por tanto unos límites de actuación, muy alejados.

Con margen en el balance

Los simples números, con todo, muestran cuán lejos se encuentra aún el eurobanco de su homólogo estadounidense y, por tanto, el margen de actuación que todavía le queda al primero. La Fed ha sido un auténtica esponja de activos; no en vano su balance puesto en proporción con el PIB del país asciende al 26 por ciento, una cifra sólo superada, dentro de las grandes áreas económicas, por los 57 puntos de Japón, país que lleva décadas echando mano de todo tipo estrategias para revitalizar la economía. El BCE, por su parte, mantiene su balance en el 21 por ciento del PIB, superado incluso por el Banco de Inglaterra y su 25 por ciento.

Un ciclo cerrado

De momento, lo que ya se ha logrado es un denominador común muy claro de la Fed, el Banco de Japón, el Banco de Inglaterra y, finalmente también, el BCE: en todos los casos la política monetaria convencional ha quedado totalmente agotada y quizá deba replantearse en el futuro cuál es su verdadero papel y alcance. Un debate que, con seguridad, no será fácil de dirimir en la Unión Monetaria.

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