Viajes

Jamaica, a 'fuego lento'

Si busca rapidez en el servicio o que un jamaiquino desarrolle la actividad que sea a un ritmo, digamos, europeo, Jamaica no es su sitio. Los habitantes mismos, cuando se les aprieta un poco , dicen "Yeah Mon" (pronúnciese "YaMan"), que traducido quiere decir algo así como: "Tranquilo, no hay problema". Con decirles que los cubanos que trabajan allí derrochan rapidez, si se les compara con ellos, ya se hacen una idea de lo dicho.

Claro que si lo que busca es un clima uniforme, un mar imponente, las mejores puestas de sol del mundo y sentir a Bob Marley por cada rincón, ésta es su isla.

Pros y contras

Lo primero que llama la atención de Jamaica es su orografía: escarpada y casi siempre a salvo de huracanes, gracias a la altitud de sus montañas.

Lo segundo, es su peligrosidad. Todo el mundo está a salvo, siempre que no se visiten ni suburbios -los guías se negarán a llevarles-, poblados rastafaris o la misma capital, Kingston, donde, de momento, sólo se hacen excursiones experimentales hasta que se pruebe que es absolutamente segura. Esta supuesta peligrosidad (auténtica cuando uno pasea por su cuenta por Montego Bay, por ejemplo), puede ser también un acicate para los más osados.

Lo tercero a destacar es que Jamaica es verde y azul. Hay árboles por todos lados y si hay carreteras es gracias a los hoteleros -muchos españoles- que las han asfaltado, que si no, aún serían de tierra. Es una de las razones por las que cualquier excursión a la isla nos llevará un día entero.

Hay muchas cosas que ver, pero por el asunto de la peligrosidad, conviene ir siempre con un guía de confianza. En los hoteles hay taxistas que alquilan sus vehículos y conocimientos por un día o varios a un precio razonable, aunque en esta antigua colonia británica, casi todo es caro. Así y todo, los españoles también estuvieron aquí, pero no debió gustarles tanto la isla como a los piratas.

Hoy Jamaica no tiene industria y la mayoría de la población está parada. Esquilmada la bauxita y la caña de azúcar, el ron, los mercadillos de artesanía y, sobre todo, el turismo, es lo poco que les queda sus habitantes para tener ingresos.

Españoles y piratas

Jamaica fue descubierta en el segundo viaje de Cristóbal Colón (1494) y perteneció al Virreinato de Nueva España. Ocupada por los ingleses en 1655, les fue cedida por el tratado de Madrid en 1670, hasta que en 1962 se independizó del Reino Unido. De todas sus ciudades, Ocho Ríos, al noreste de la isla, es la zona más tranquila. Junto a Montego Bay (allí está uno de los dos aeropuertos) y Negril, en el oeste, forman el núcleo turístico por excelencia.

En Ocho Ríos, ciudad que aún conserva su nombre español, están las cataratas de Dunn's River. Casi un kilómetro de escalada -con escarpines por dentro del agua- y una hora de recorrido. Además, relativamente cerca, se encuentra la playa de Laughing Waters donde se rodó Dr. No, una de las películas de James Bond, y la residencia de Ian Fleming, 'Goldeneye', su padre literario, ahora convertida en hotel de lujo.

Cerca de Montego Bay se encuentra Falmonth un pueblo interior famoso por alojar al río de Martha Brae. En Negril está el Ricks Café. Vale la pena ir, no sólo por ver las mejores puestas de sol del mundo, sino por observar cómo los propios (sobre todo) y extraños se tiran al mar desde improvisados trampolines (algunos sobre árboles) a muchos metros de altura. Finalmente, más al sur, queda visitar el Black River para bañarse con sus cocodrilos -tranquilos, que están domesticados y comen chóped-.

Lo más probable es que cuando vuelvan del viaje, cada vez que oigan la palabra Jamaica, les vengan a la memoria el color verde de la isla, sus aguas turquesas, el ron Appleton, el cafe Blue Mountain... y cualquier canción de Marley. A mí me pasa. Pero si no es así, "Yeah Mon", no hay problema.

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