Cuando aquí estamos todavía pendientes, con cierto papanatismo, de los sucesivos matices de la reacción de la izquierda abertzale al asesinato de un gendarme francés, resulta sumamente ilustrativo asistir al tratamiento expeditivo y plano que las autoridades francesas dan al asunto.
En efecto, el ministro francés del Interior, Hortefeux, consternado lógicamente por la muerte de un compatriota a manos de delincuentes españoles, no ha dado el menor mérito político a la acción.
En otras palabras, las declaraciones del ministro, en las que ha hecho hincapié en la impericia de los nuevos activistas etarras y en el hecho de que la banda vasca ha sido intensamente castigada policialmente en los últimos tiempos, hacen referencia a una cuadrilla de vulgares asesinos, a una panda de fanáticos sin significación intelectual alguna, a un grupo de delincuentes comunes semejante al GRAPO, que, una vez desenmascarados y perdido su halo 'revolucionario', sigue delinquiendo por inercia, porque no sabe hacer otra cosa, porque es el único modo que conoce de sobrevivir físicamente. Gente que, en el fondo, da el mismo valor moral a su "lucha" que a traficar con drogas. Profesionales de la marginalidad.
Etarras, mafiosos e inadaptados
Carece, pues, de sentido analizar la respuesta de Arnaldo Otegui, salvo si se hace con ironía o sarcasmo. Como por ejemplo ha hecho hoy mismo Alfredo Abián, vicedirector de La Vanguardia, quien, en un bien trabado artículo titulado "Cabestros", ha recordado que el tal Otegui, preguntado recientemente sobre si los de ETA serían capaces de volver a atentar, respondió contundente: "Yo no creo que sean tan cabestros". Pues sí: los etarras, epígonos del Grapo, inadaptados y mafiosos, son así de cabestros. Semovientes sin inteligencia.
En el fondo, la desbandada etarra de las afueras de París resultaría una buena noticia de no ser por la tragedia de un gendarme asesinado. Porque revela hasta qué punto esta troupe de jóvenes vagabundos sin oficio ni beneficio improvisa una especie de película de aventuras para el que no está preparada.
Hortefeux ha anunciado asimismo que el cerco se estrecha y que los fugitivos están a punto de caer. La impericia de los activistas da verosimilitud a este diagnóstico. Y de nada sirve ya seguir el rastro de las reacciones abertzales porque a este paso el mundo radical consumará dentro de poco una salida definitiva de las páginas políticas de los periódicos. Y cuando ello suceda, ni siquiera habrá lugar a escenificar un final político de la violencia tras una plástica entrega de las armas: los asesinos y sus amigos se consumirán en las cárceles ante el general olvido de quienes han sido, hemos sido, sus víctimas.