
Finlandia es un milagro de la historia. Colonizada por los suecos desde el siglo XIII, no dejó de ser una región, que servía de tapón con Rusia, hasta que ésta venció a Suecia, en tiempos de Alejandro I, que creó el Gran Ducado de Finlandia y trasladó a Helsinki la capital que antes estaba en Abo (Turku en ?nés). En ese momento, la lengua escrita seguía siendo el sueco. El ?nlandés, o el careliano en el este, eran solo idiomas hablados.
En la segunda década del XIX, Elias Lönnrot se dedicó a recopilar las tradiciones orales, especialmente en Karelia, para crear la primera obra importante publicada en ?nés, en 1835: el Kalevala, la cumbre de la mitología y el folklore local. Algo así como nuestro Mio Cid. Lo cierto, es el Kalevala el que da fuerza a la identidad de la nación. La primera novela en lengua vernácula, Los siete hermanos de Alexis Kivi, se publica en los años sesenta del siglo XIX, cuando nace el compositor Jean Sibelius, que más tarde se inspiraría en el Kalevala para crear la música que afianzó el espíritu nacional en la lucha por la independencia de Rusia, que se produjo a comienzos del siglo XX.
Los primeros compasen de Filandia como país independiente tuvo un papel esencial Karl Gustav Mannerheim, que antes había sido Teniente General en el ejercito Imperial Ruso. Lo cierto, es el personaje más importante de su época en Finlandia. Nacido en una familia noble de origen alemán, educado en sueco, casado con una rusa, tuvo que aprender finés, ya de adulto, para poder convertirse en el padre de la patria y presidente del país.
Estuvo al frente del pequeño ejército durante la guerra de invierno 1939-40, cuando Rusia invade Finlandia tras haber ocupado los países bálticos y en las siguientes del 41 al 44 y la del invierno del 44 al 45. Tras esta última, Finlandia tuvo que entregar a Rusia la mayor parte de Carelia. Todos eran sueco parlantes .
Todos eran sueco parlantes

Nos encontramos pues no con un país que crea un idioma, si no con un idioma que crea un país. Tras la independencia en 1917, aprovechando la guerra civil en Rusia, el finlandés se convierte en la lengua oficial. Y se establece como capital Helsinki, que pasó de ser un pueblo a una modesta pero bella ciudad con dignas obras arquitectónicas. Hoy día cuenta con seiscientos mil habitantes, un tamaño que permite el paseo para ver la mayor parte de los lugares interesantes.
A Helsinki hay que llegar en barco desde el archipiélago y si es posible al amanecer. La armonía de los edilicios sin enormes construcciones produce una sensación de equilibrio que existe en pocos lugares. La entrada a la ciudad esta protegida por la fortaleza de Suomenlinna , antes Sveaborg, construida sobre seis islas .
Bordeando el Báltico aparece la plaza del mercado con cafés al aire libre, si el tiempo lo permite, y puestos de comida. Tras un buen paseo hacia el Norte llegamos al Parque de la Explanada –Esplanadi- en el que los lugareños de todas las edades disfrutan al aire libre, eso sí, bien tapados en invierno-. Siempre hay actividades musicales, un teatro y un museo al aire libre. Alrededor están las tiendas más lujosas de Helsinki y el mítico restaurante Kapelli que tiene más de 150 años. Antes de continuar hacia el centro vale la pena un pequeño desvío para ver la catedral ortodoxa rusa.
De Esplanadi arranca la arteria más importante de la ciudad, la Mannerheimintie –no podía llamarse de otra manera-. A uno y otro lado se encuentran tanto los principales hoteles como los edificios emblemáticos de la ciudad como el Palacio Presidencial, el Parlamento, la Ópera, el Museo de Arte Contemporáneo Kiasma y no lejos de allí, la catedral luterana en la plaza del Senado. El paseo puede terminar sobre la bahía de Töölo para ver el Finlandia Hall o continuar, al lado contrario, para admirar el monumento a Sibelius.
Finlandia Hall, Alvar Aalto y el modernismo finés
El Finlandia Hall es la obra más significativa en la capital de Alvar Aalto, que no solo es el arquitecto más importante de la historia de Finlandia sino también la figura más destacada de la segunda generación del movimiento moderno, digno sucesor de Le Corbusier o Van der Mies.
En este espacio se firmó la trascendental acta ?nal de Helsinki, tras la definitiva sesión del 30 de julio al 1 de agosto de 1975, punto de partida de la Organización para la Seguridad y la cooperación en Europa (OSCE), a la que asistí como jefe de prensa de la delegación española. El espectáculo fue apabullante. Te podías cruzar con Gerald Ford acompañado de su Secretario de Estado Henry Kissinger, o con Brezhnev con sus inmensas cejas y sus trajes de corte soviético. Pero el que más impresionaba era el arzobispo Makarios, primer Presidente de la República de Chipre, aunque entonces solo de la parte griega. O era muy alto o lo parecía con su sotana y su klobuk, el sombrero con velo de origen bizantino. Un espectáculo irrepetible.
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