Antes la facción que la sangre", repiten una y otra vez en la película de Neil Burger, Divergente (2014), "antes el partido que la inteligencia", podría ser el eslogan de cara a las próximas elecciones europeas del próximo día 25 de mayo. Me divirtió comparar la trama de la película con la situación política española, donde resulta tan difícil cambiar de voto como de bando.
Se trata de un film de ciencia ficción, sin demasiadas pretensiones más allá que la de pasar el rato, en el que se divide la sociedad en cinco categorías (Verdad, Abnegación, Osadía, Cordialidad, Erudición y, por supuesto, los extraviados) con el objetivo de garantizar la paz y la felicidad de los ciudadanos.
En tal mundo feliz no se puede discrepar del poder establecido, que es quien garantiza la estabilidad política y por ende, el progreso. La situación no es tan distinta como en la vida real. Nuestra sociedad en lugar de organizarse en facciones se divide en partidos políticos, cuyos dirigentes son los que manejan nuestras vidas a través de una serie de mandos intermedios, que nadie conoce, y que son unos auténticos déspotas.
Con la excusa de que todo lo que hacen es "por el bien de la sociedad", se están situando por encima de las instituciones y las utilizan para satisfacer su borrachera de poder. Este podría ser el caso de Magdalena Álvarez, que desde que entró en política ha amasado una importante fortuna. Ahora que ha sido procesada, en lugar de dimitir se aferra al cargo y se queja de que su partido la defiende poco.
Son esos casos que producen desazón. La misma zozobra me ha producido el asesinato de la presidenta de la Diputación de León, Isabel Carrasco, por una militante de su partido que se sintió aplastada por la forma en que ejercía el poder su exjefa, que acumulaba doce cargos. Si discrepar de la forma en que nuestras elites ejercitan el poder te convierte en divergente, al final todos lo seremos.
Entidades
Álvarez en una posición muy comprometida