Política

Y Mariano Rajoy perdió los papeles en el Debate del estado de la nación

El presidente Rajoy, tan flemático, encaja mal las críticas o, por ser más preciso, determinadas críticas. Nunca ha podido disimular por ejemplo la irritación que le producen UPyD y su lideresa, que viven de confrontar a los demás con sus contradicciones.

Y tampoco pudo ocultar este martes la contrariedad aguda que le causaron las alusiones de Pedro Sánchez a la fabulación de describir a este país como una arcadia feliz y, sobre todo, a la corrupción, personificada en Bárcenas, que estuvo durante demasiado tiempo asentada en el meollo de Génova, la sede madrileña del PP, y que inevitablemente contamina al propio Rajoy.

En esta ocasión, con un dilatado y múltiple proceso electoral a la vista y con la amenaza latente de que dos formaciones nuevas coman el terreno a los grandes partidos tradicionales, el líder popular pretendía explotar una especie de acuerdo tácito con el socialista Pedro Sánchez para preservar en lo posible lo que a ambos interesa teóricamente por igual, el predominio bipartidista.

De hecho, el gobierno y el PSOE acaban de firmar un nuevo pacto antiterrorista, probablemente el último testimonio de una era que cambiará irremisiblemente dentro de poco. Fuentes del PP aseguraban en los días anteriores al debate que todo estaba escrito, que el portavoz socialista se centraría en la defensa de su espacio político y no en la crítica al gobierno, y que ello le aportaría madurez y densidad, suficientes para consolidar su liderazgo en el PSOE.

Pero no: el análisis de Pedro Sánchez fue muy distinto, y francamente productivo según la mayoría de observadores. El líder socialista, que efectivamente necesitaba ganar el debate para recuperar las opciones para su partido y para consolidarse al frente de la secretaría general, habría firmado su sentencia de muerte política si se hubiese puesto a la defensiva y hubiera optado por apoyar expresamente un modelo que está manifiestamente agotado, en lugar de erigirse en portavoz de las clases medias, vapuleadas por la crisis y proletarizadas hasta extremos sangrantes por las duras medidas de consolidación fiscal.

Sánchez ha negado, en definitiva, la tesis de que la crisis ha sido un mero paréntesis que está a punto de cerrarse con el retorno a la situación anterior: la crisis, que ha enriquecido paradójicamente a la minoría privilegiada y que ha hundido materialmente al sector central mayoritario del cuerpo social, ha quebrado los anteriores consensos fundacionales y- como bien dijo Sánchez- también el pacto generacional en que confiaban las generaciones emergentes, hoy postergadas y sin horizontes.

La crisis ha arrojado en definitiva a la cuneta a gran parte de las clases medias, ha eliminado la seguridad de los trabajadores, ha frustrado los horizontes de los jóvenes y ha adelgazado hasta la anemia el estado de bienestar. No se trata, pues, de dar por zanjado el incidente de la doble recesión ?ha sido mucho más que eso- y de ponerse a aplaudir ante la nueva etapa de crecimiento económico que acaba de abrirse: hay que reconstruir lo destruido, que ilusionar de nuevo a las muchedumbres y devolverles la serenidad, la esperanza, la confianza y la fe en este país.

Una salida inesperada

Pocas veces Rajoy se ha salido tan ostensiblemente del guión en un debate, y en esta ocasión lo ha hecho visiblemente enfurecido. Es impropio que un presidente del Gobierno cuestione las aptitudes políticas de sus antagonistas dialécticos y mucho más aún que se ponga en evidencia con la descalificación del adversario ??ha sido patético??-. De ahí ha emergido la figura de un Rajoy arrogante y desbordado por los acontecimientos, desaforado y colocado en sitio por un recién llegado de cuarenta años que tiene todo el futuro a sus pies.

El debate ha fortalecido objetivamente a Pedro Sánchez y a su partido, que han cobrado entidad y personalidad gracias a la solvencia rectilínea de las intervenciones del secretario general, lo que potencia, aunque sobre coordenadas distintas, el viejo esquema bipartidista, en que el aspirante socialista ha abierto una valiosa brecha: la de erigirse como alternativa, y no como cómplice resignado, del centro derecha popular.

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