
El debate de la Ley de Seguridad Ciudadana ayer en el Congreso ha vuelto a poner de manifiesto, una vez más, la incoherencia, irresponsabilidad e hipocresía que preside la actuación de algunas fuerzas políticas de este país, especialmente de las que dicen tener aspiraciones de gobierno, que se guían más por el oportunismo populista y la demagogia que por la defensa de la razón y de los intereses de la mayoría de los ciudadanos a los que deberían representar y defender.
Y digo esto a la vista de que los mismos partidos que un día se rasgan las vestiduras por la violencia en el fútbol y reclaman del Gobierno mano dura contra los energúmenos de los estadios, al siguiente se oponen visceralmente a una Ley que trata de combatir y erradicar la violencia en las calles de nuestras ciudades y contra las instituciones democráticas que representan la soberanía popular.
¿Hay, acaso, alguna diferencia entre las agresiones, insultos y destrozos de los ultras futboleros y los escraches, el vandalismo callejero, la kale borroka, o los intentos de asalto al Congreso o al Parlamento de Cataluña, como los que hemos padecido no hace tanto en este país y cuyas imágenes aún nos abochornan?
¿Son más dignos los deportistas o los árbitros que la mayoría de los cargos políticos elegidos libremente por sufragio universal? ¿Por qué si estamos de acuerdo en que no se puede tolerar el insulto en un estadio, algunos se niegan a sancionar las vejaciones, amenaza o conatos de agresión a los políticos y su familia? ¿Por qué lo que es bueno para el fútbol no vale para la política y para la sociedad?
Y no se trata aquí de recortar ni un ápice el derecho de manifestación y de expresión que reconoce nuestra Carta Magna. Al contrario, de lo que se trata es de preservar el derecho a la libertad, a democracia, el diálogo y el respeto a las instituciones que son garantes de las libertades públicas, además de defender algo tan elemental como la educación y la convivencia que algunos de los radicales antisistemas que protagonizan las algaradas callejeras parecen haber olvidado o nunca han conocido.