
La caída agónica de Ana Mato ha echado por tierra una vez más la estrategia presidencial -del presidente Rajoy- de dejar que se pudran los problemas con la esperanza de que se arreglen solos. La peligrosa y cuestionable apuesta de mantener a capa y espada en el gobierno a una ministra muy dañada por los efectos colaterales del 'caso Gürtel', poniéndola por añadidura a hacer dolorosos recortes sobre la Sanidad, era un dislate que ha terminado de la única manera posible: con la penosa y traumática salida de la afectada en vísperas de un debate terminal sobre la corrupción.
Pero obviamente no era éste el único asunto que requiere respuestas decididas, contundentes, capaces de embridar problemas que se deterioran día a día y que en ningún caso se resolverán solos. El conflicto catalán en primer lugar.
De entrada, hay que decir que no ya no se tiene en pie el argumento de que hay que posponer cualquier distracción política para centrar todos los esfuerzos en la economía. Hemos salido de la crisis, entre otras razones porque la crisis ha acabado -no tengamos demasiadas pretensiones, porque también están creciendo Grecia, Portugal e Irlanda-, y sin embargo las encuestas reflejan un deterioro político de la situación que se agrava por momentos. Con la particularidad de que el problema catalán, dejado a su albur, terminará incidiendo negativamente en la economía. Los síntomas son bien evidentes. Y bien elocuentes.
Por no hacer, en estos momentos de extrema dificultad en que Cataluña plantea la independencia y comienzan a advertirse los daños sistémicos de la corrupción, Rajoy ni siquiera ha recurrido al mecanismo que utilizan todos los primeros ministros cuando el gobierno pierde ímpetu y hay que afrontar retos nuevos: una remodelación a fondo del gabinete, capaz de infundir nuevas energías e idas renovadoras. ¿O acaso Rajoy no se ha percatado de que en su gobierno hay ministros profundamente abrasados, que convendría cambiar?
Ante este panorama, empieza a parecer que el país se desmorona sin que haya nadie dispuesto a apuntalarlo y a reconstruirlo. Y o se da un potente golpe de timón, con capacidad de liderazgo y energías renovadas, o será legítimo reclamar unas elecciones cuanto antes para que sean otros quienes aporten sus ideas a la salida de esta encrucijada.
El éxito clamoroso de Podemos en las encuestas, desde antes de que estos jóvenes políticos que hablan de cambiar las cosas y utilizan un lenguaje todavía joven e incontaminado hayan mostrado siquiera las principales líneas de su programa electoral, no es mas que el fracaso rotundo de un poder que ha defraudado clamorosamente las expectativas que había creado. Y, desde luego, así no podemos continuar.