Política

Análisis | Rajoy no reacciona ante la corrupción que ha agotado la paciencia al PP

El presidente Mariano Rajoy. Foto: EFE.

La legendaria pasividad de Rajoy ha sido constante objeto de polémica durante toda la legislatura. Y no se le puede negar al presidente del Gobierno el éxito de haber resistido, gracias a su flema británica, a las contaminaciones comunitarias que nos instaban a solicitar el rescate.

Tampoco su manera de afrontar la crisis catalana resulta tranquilizadora para la mayoría, pero no puede negarse que cierta dosis de elevación y de distancia con relación al agitprop nacionalista está desalentando la estrategia independentista, aunque a la postre será irremediable un arduo proceso de intervención y negociación.

Aún reconociendo estas habilidades presidenciales, es poco defendible su posición hierática frente a la corrupción, que cada día escala nuevos peldaños judiciales y cuyas pesquisas judiciales ya afectan a un ex vicepresidente del Gobierno y a un ex secretario general del partido. Rato y Acebes son los últimos imputados por distintos episodios del decadente desmadre que fue este país.

El PSOE, renovado recientemente, ha visto con claridad la seria amenaza que constituyen las fuerzas emergentes, populistas y/o radicales, que están recogiendo el descontento colectivo hacia la política convencional, sumida en una increíble vorágine de corrupción. En el PSOE, un rápido cambio de 'código ético' y la suficiente voluntad política han hecho posible expulsar en horas a aquellos de los 17 ciudadanos con carné socialista que aún no habían devuelto el carné y que utilizaron tarjetas black en CajaMadrid. En cambio, la actitud del PP ante sus conmilitones pillados en falta ha sido tibia, y todavía no ha dado resultado.

Se ha presionado a Rato para que evitase a Rajoy el mal trago de tener que echarle pero el proceso ya no es eficaz: para los ciudadanos, el PP ha adolecido de falta de convicción a la hora de castigar a los corruptos, y éste error puede tener un alto precio en las urnas.

El goteo sigue. Al escribir estas líneas, llega la noticia de que ha sido imputado el exalcalde de Toledo, José Manuel Molina, por el pelotazo de Sacyr. La secuencia no cesa. Y la justicia, lenta pero eficaz, va avanzado. Hay algún otro exministro del PP en el punto de mira judicial. Otro ya está en la cárcel. Y Rajoy vive en su urna, sin la menor expresividad al respecto.

Cuentan los expertos en el partido del gobierno que la irritación y la desmoralización ha prendido en sus filas. Que hay desánimo, tanto por lo que pasa, como por lo que no pasa, como por los presagios que no son buenos. Los militantes honrados, que son la inmensa mayoría sin duda, empiezan a preguntarse si valió la pena un sacrificio personal que ha servido para que se enriquecieran unos cuantos sin el menor pudor, a los ojos de todos. Algún alto cargo asegura que experimenta "sensación de suciedad" en los actos colectivos de su formación. Y produce desconcierto el hecho de que Rajoy permanezca absorto en no se sabe bien qué, como si no estuviera pasando lo que a todos nos mantiene atónitos.

La corrupción es hoy por hoy la causa de que PP y PSOE, protagonistas del modelo bipartidista, estén a punto de dar paso a una previsible italianización de la política, con más actores y por lo tanto con mayor inestabilidad. Si no se percatan de ello y corrigen con verosimilitud su comportamiento, perderán la hegemonía de que han disfrutado. Parece mentira que esa evidencia no quite el sueño a Rajoy.

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