
No habrá referéndum el 9 de noviembre, como todo el mundo, menos Artur Mas, sabía desde hace tiempo. Pero en lugar de aprovechar la frustración, que ha provocado la ruptura del bloque independentista, Artur Mas ha optado por arrojarse al despeñadero, por persistir en su loca propuesta autodeterminista, aunque sea por medios asamblearios, impropios de una democracia madura, irrelevantes a los ojos de la comunidad internacional que nunca convalidará la deriva ridícula de la Generalitat. En directo: así fue la comparecencia de Mas.
Mas se ha negado, muy tardíamente, a seguir en la estela de Esquerra Republicana y no acepta ni su entrada en el Gobierno ni la vía de la declaración unilateral de independencia, antes o después de unas elecciones plebiscitarias, que propone Junqueras. Pero la alternativa no debería ser la evasiva de un sondeo-consulta informal como el que acaba de plantear como sucedáneo de la consulta para el 9-N sino el retorno a la racionalidad, el camino hacia la mesa de diálogo y negociación.
La penúltima pantomima de Mas
La estrategia de Mas se basa en una lucubración jurídica muy controvertible que pretende apoyarse en las competencias en materia de participación ciudadana que el TC supuestamente le reconoce al haber dejado indemnes los artículos 40 y 41 de la Ley autonómica de Consultas No Referendarias.
Las especulaciones efectuadas por los juristas de la Generalitat al respecto atribuirían a la comunidad autónoma la posibilidad de utilizar tres fórmulas: encuestas, audiencias públicas y foros de participación; y la solución adoptada por Artur Mas consistiría en celebrar una especie de encuesta con urnas, que se llevaría a cabo en dependencias administrativas del gobierno catalán. Ante esta iniciativa no cabría recurso ya que no existiría una decisión administrativa formal que recurrir.
El propio Mas ha reconocido que esta pantomima no resuelve el fondo del problema, por lo que la del 9-N sería una consulta provisional, preámbulo de la definitiva. Con lo que queda todo el horizonte desgarradamente abierto. Mas no ve, probablemente, que las sociedades tienen una limitada capacidad de aguante y que los catalanes no soportarán una zozobra ilimitada sin reaccionar. Porque pronto esta indecisión, agravada por la osadía de su clase política, tendrá serios efectos económicos negativos que afectarán al bienestar colectivo.
En el horizonte aparecen, como una absurda panacea, las elecciones plebiscitarias, que tampoco resolverán nada, ni siquiera si CiU se sacrificase ?y se expusiese a desaparecer- y aceptase la hegemonía de ERC: la ley es la ley, éstos no son los años treinta del siglo pasado y la secesión no puede provenir de una consulta autonómica. De modo que CiU debería reconsiderar el rumbo hacia ninguna parte que marca Mas, a cuyo término está la nada más absoluta.
La sinrazón de Artur Mas
Hoy por hoy, la disposición de Rajoy a negociar es secundaria: el Estado no puede avenirse a acordar nada con un político que ha emprendido este viaje a la sinrazón. Los grupos políticos deben reconsiderar todo este peligroso proceso para dejarlo en manos de moderados que sean capaces de apostar por el diálogo y la negociación.